'Atrás', gritó el soldado norteamericano de la cara pintada blandiendo su arma. Nos habíamos identificado como periodistas, como huéspedes del Marriot, el fotógrafo Juantxu Rodríguez y yo (Maruja Torres).
'Sólo queremos recoger nuestras cosas'. No hubo caso. El hotel, como todos, había sido tomado por las tropas de EE UU. Aquella veintena de marines estaba al borde de la histeria.
No había un soldado panameño en los alrededores, sólo periodistas indefensos. Juantxu salió corriendo hacia el hotel disparando fotos, los demás nos refugiamos debajo de los coches. Juantxu no volvió.
Habíamos apartado el coche a unos diez metros, salimos dispuestos a trabajar como periodistas, porque era evidente que algo iba a ocurrir. Eran entre las ocho y las nueve de la mañana. Otros fotógrafos que pertenecían a diversas agencias internacionales se encontraban ya allí.
Los soldados gritaron: 'Muevánse'. Corrimos hacia el coche aparecieron dos tanquetas norteamericanas seguidas de dos camiones de aprovisionamiento del propio hotel llenos de militares yanquis. Por último, un camión militar norteamericano.
Las tanquetas empezaron a ametrallar el hotel, los soldados a dispararles. Los que estábamos en el suelo vimos a alguien caer, no sabíamos quién era, las balas pasaron rozando nuestro cuerpo. Durante cinco minutos nos ametrallaron.
Después de aparecer un helicóptero estadounidense se calmaron y nos refugiamos en un edificio de vecinos situado al lado del Marriot, detrás del centro de Convenciones Atlapa. Todavía estamos aquí en el segundo piso que ocupa la familia de la señora Stor, que nos ha dado cobijo. Pero Juantxu no está con nosotros.
El presidente de la Asociación de Corresponsales de Prensa Extranjera en Panamá envió ayer al presidente del Gobierno español el siguiente mensaje:
Condenamos el asesinato del compañero Juantxu Rodríguez y solicitamos gestione ante la Comunidad Europea (CE) el cese de la salvaje invasión y garantías mínimas para el trabajo de los periodistas, cuyas credenciales son ignoradas y son sometidos a inaceptables humillaciones.'.
Tenía 32 años y había llegado a Panamá el domingo pasado, pero fue deportado dos veces, hasta que finalmente logró su visado el martes.
¿Tú eres Candanedo?', me preguntó Juantxu el miércoles cuando el presidente provisional Francisco Rodríguez dio su última conferencia de prensa en la cancillería panameña.
'Quiero que me ayudes a transmitir unas fotografías', cuenta nuestro colaborador en Panamá, Rafael Candanedo sobre el encuentro de ambos. Desde ese momento hasta que fue asesinado por los disparos de las tropas norteamericanas no dejó en ningún minuto de trabajar tanto transmitiendo materiales como recorriendo diferentes lugares de la capital, especialmente la avenida central donde se producían masivos saqueos y pillaje.
'Vamos a ponerle TV al coche adelante y atrás. Voy a por celo', dijo Juantxu, cuando vimos que la peligrosa situación requería estar bien identificados.
Nacido para periodista
Juantxu Rodríguez Moreno nació para ser periodista. Cuando apenas tenía 20 años y el mundo ya estaba poblado de buenos fotógrafos, él se empeñó en estar entre los mejores. No lo dijo jamás, pero se le veía, en su estilo, en la propia calidad de su trabajo. Había nacido en Casillas de Coria (Cáceres) en 1957 y en 1981 dividió su vida profesional entre Bilbao y Madrid. Trabajaba entonces para el diario Hierro, de Bilbao, y pronto se incorporó al gabinete de prensa de la Universidad Intemacional Menéndez Pelayo.
En 1983 entró a formar parte de la agencia Cover y desde aquel momento intensificó su colaboración en distintos medios internacionales, como Newsweek, The New York Times, Liberátion, y españoles, como La Vanguardia, Tribuna Vasca y EL PAÍS. Fruto de su trabajo, y de su vocación, fueron también algunos libros, como el volumen en el que recopiló sus retratos de españoles en Nueva York.
Su cadáver se encuentra ahora en la morgue del hospital de Santo Tomás. Un sargento llamó a la embajada para indicar que podían recoger las pertenencias de Juan Antonio Rodríguez. El embajador de España en Panamá, Tomás Lozano, dijo a este periódico por teléfono que la peligrosa situación que vive la ciudad le impide, por el momento, ir a recoger el cuerpo.