Con una mochila a cuestas, el cubano Nacibi Fuentes llegó de la selva del Darién a la sede de una organización caritativa en Panamá, donde se albergan decenas de cubanos que claman por ayuda para alcanzar Estados Unidos antes de que un nuevo gobierno les pueda cerrar las puertas.
'Acabo de llegar de una selva. Estuve siete días allí metido. Horrible fue aquello. Nos quedamos sin comida y sin agua. Fue lo más triste del mundo, hasta cadáveres vi', comenta Fuentes al llegar a la sede central de la organización católica Cáritas.
Esta sede se ha convertido en refugio para migrantes cubanos irregulares que buscan cruzar Centroamérica y México con destino a Estados Unidos.
Ubicada en el barrio capitalino de Ancón, alberga a unos 80 cubanos, aunque en todo el país hay unos 300 isleños repartidos en otras dependecias, según Fernando Juárez, segundo al mando de esta oficina.
Los cubanos han visto bloqueado su camino por la negativa de Nicaragua y Costa Rica a permitirles pasar, lo que los ha dejado varados en Panamá y Colombia a la espera de una solución.
'Que nos dejen salir de la manera que sea. No estamos pidiendo que nos pongan un avión o nos regalen el pasaje. Lo único que pedimos es que nos dejen continuar', afirmó Yunior León, un peluquero cubano de 33 años de la región de Matanzas.
'Que las fronteras que estén cerradas las abran así sea por una semana', propuso León, mientras corta el cabello a un compatriota.
En 2015 unos 25.000 cubanos irregulares pasaron por Centroamérica, mientras que este año varios miles fueron enviados a México en avión desde Panamá y Costa Rica.
'Si es preciso, nosotros nos vamos a costear nuestros viajes, pero no queremos una selva más ni que nos quiten más dinero', se quejó la cubana Xiomara Hernández.
'No queremos hacer estragos en ningún país ni causar problemas. Sólo queremos continuar. Hay mujeres embarazadas, niños y personas que no tienen condiciones de estar por una selva y arriesgar sus vidas', sostuvo Yadira Torres, de 24 años y 37 semanas de embarazo.
Mientras tanto, los cubanos esperan jugando dominó o parchís en una casa de dos pisos con los cuartos repletos de colchones, ropa y enseres desperdigados.
En las instalaciones hay un sólo baño y sus ocupantes se organizan para lavar la ropa y cocinar las cuatro comidas que tienen al día gracias a distintas donaciones. También reciben asistencia médica.
Según el presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, cada año más de 30.000 migrantes cruzan Centroamérica arriesgando sus vidas, principalmente haitianos, por lo que autoridades panameñas y costarricenses se reunirán a principios de octubre para tratar esta crisis.
Muchos cubanos temen que el acercamiento entre Washington y La Habana provoque cambios a la ley de Ajuste Cubano, que desde 1996 privilegia con permisos de residencia y trabajo a los isleños que llegan a Estados Unidos.
'Los cubanos por ese temor a que quiten la ley de ajuste han emigrado más, independientemente de las necesidades que hay en el país', dijo José Cabrera, mientras prepara arroz con jamón en dos grandes ollas.
También temen una victoria en las próximos elecciones estadounidenses del candidato republicano, Donald Trump, del que creen que modificaría esa ley con mayor facilidad que su rival demócrata, Hillary Clinton.
'Hay miedo de lo que puedan hacer cualquiera de los candidatos con esa ley de Ajuste, pero yo a Trump le tengo mas miedo que a Clinton (...). Trump es un loco', declaró Ubernel Cruz.
Las autoridades panameñas brindan ayuda humanitaria a los migrantes que ingresan al país y les permite continuar su tránsito sin ser detenidos, pero muchos llegan a Panamá a través de la inhóspita selva del Darién, una región de 15.000 kilómetros cuadrados fronteriza con Colombia.
El gobierno panameño cerró esa frontera, pero los migrantes han seguido pasando pese a los riesgos.
'Son las noches más negras que yo he tenido en mis 50 años de vida', dijo Hernández, quien muestra sus piernas y brazos llenas de rasguños tras pasar cuatro noches en esa zona selvática, alimentándose 'a base de plátanos' que encontró por el camino.
'Llevábamos dos latitas de atún y una de sardinas. Apenas comimos nada, lo poquito que llevábamos era para el niño', contó Odalys Sabatés, quien viaja con su marido e hijo de 11 años.
En el Darién, los migrantes también quedan expuestos a engaños y extorisones de los coyotes (traficantes de personas) y otros grupos criminales.
'El coyote es el verdadero asesino, juega con tu vida y no le importa con nadie', sentenció Cruz.
Fuente: AFP