El verano había sido devastador. La sequía implacable que precedió al fenómeno de El Niño fue para los productores de arroz de la Península de Azuero un tenaz desafío.
Pero con la llegada de las lluvias, las siembras, en el mes de julio, volvieron; y con ellas en los meses de noviembre y diciembre las cosechas, que dan paso a una tradición que aunque es amenazada por los inclemencias del clima, se resiste a morir.
Se trata de las Juntas de la Corta de Arroz, que por años han practicado nuestros campesinos.
Eliécer Frías, quien junto con otro socio alquilaron un terreno, después de tantas horas diarias de cuido, de abonar y regar, por fin vieron el fruto de sus esfuerzos que, contradictoriamente, se vio amenazada por las lluvias que provocó el paso de la tormenta tropical ‘Otto’. Y para celebrarlo, Eliécer fue de casa en casa en la comunidad de El Rincón de El Carate de Las Tablas a invitar a los vecinos, quienes voluntariamente donan su tiempo para participar de la tradicional junta.
Día de la junta
Apenas están apareciendo los primeros rayos del sol y se ven a los hombres de El Rincón dirigiéndose al sembradío de unas cinco hectáreas de arroz.
La única herramienta que los acompaña es una cuchilla especial que muchos han heredado de generación en generación.
Esta cuchilla la tengo desde que me casé hace 60 años', manifestó Pablo Jiménez, quien comentó además que la mayoría de ellas están hechas con los cuernos de los toros y algunas llevan correas de cuero y otras están hechas con tubos de llantas de bicicletas.
La botella de seco es un ingrediente que no puede faltar en la junta, pues esta inspira a la saloma, que le da el toque autóctono a la corta.
La comida en leña
Mientras tanto, en casa de los familiares de Eliécer, preparan la comida que se servirá para los peones. Tres piedras sostienen una enorme paila de arroz que celosamente vigila Beningo y su esposa Meli. En tanto, Santiago Domínguez sazona unos diez pollos, que completarán la gran comilona cuando lleguen los hombres del campo.
La técnica para cortar
En la junta, el roce de la cuchilla con la espiga de arroz es continua. La técnica es depurada, pues no es fuerza, sino solo maña.
Amarrar las manotadas también tiene su estilo, pues llevan un nudo especial para que no se puedan soltar.
Las manotadas de arroz se van acumulando en una esquina, mientras que otro grupo le da vueltas para que el sol las seque del sereno.
Es medio día y ya el arrozal ha sido cortado en su totalidad, pese a que muchas matas habían sido derribadas por las lluvias. Lo que queda será ahora un rico manjar que disfrutará el ganado y será lo único verde que verán, antes que el pasto se torne seco para el próximo mes.
Con cuentos y chistes, después de una exquisita comida hecha en leña, termina la junta y los hombres, con una combinación de aromas, que mezclan el olor del seco, el sudor de sus sombreros y la tierra, regresan a sus casas.
Nota: Claudio Orlando Pino
Fotos Álvaro Reyes