Sólo contadas personas lo llamaban por su nombre de pila. Edgar Jiménez era de los pocos que podían hacerlo:
Mientras unos lo llamaban patrón o jefe, yo seguía diciéndole Pablo'.
Jiménez fue el fotógrafo privado de uno de los personajes más controversiales de Colombia, el jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar, muerto a tiros en 1993.
Yo era el único que le daba patadas jugando al fútbol', cuenta en una entrevista ofrecida al diario El Mundo.
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Aunque el 'patrón' se granjeó a pulso su fama de sanguinario, corrupto e implacable con sus enemigos, además de controlar en su época casi 80 % del negocio de la droga colombiana, Jiménez lo recuerda como un ser 'amable, cálido, sencillo, un padre amoroso'.
Jiménez tiene hoy 67 años, es fotógrafo, documentalista, y fue compañero de escuela de Pablo, quien lo llamaba con el mote de 'El chino'. En aquella época, Pablo era un estudiante 'regular' cuya única visibilidad era 'ser hermano de Roberto Escobar, El Osito, uno de los mejores ciclistas de Colombia'.
Era su fotógrafo nada más
Jiménez cuenta que perdió contacto con su amigo en 1967, pero lo retomó en 1980, cuando Escobar había allanado el camino para convertirse en uno de los mafiosos más temidos de Medellín, Colombia.
Después del reencuentro, hubo una regla tácita entre ambos hombres:
Nunca sacábamos el tema de sus negocios en las charlas. Uno nunca preguntaba. Y él sabía muy bien a quién involucrar y a quién no'.
Jiménez se encargó de documentar con su lente las bodas, bautizos y comuniones del entorno Escobar sin preguntar demasiado. Pero el esplendor de esa época de festejos llegó a su ocaso cuando el capo mandó a asesinar al entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, en 1984.
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Según el fotógrafo, el deseo de Pablo de ayudar a las comunidades marginadas de Medellín era auténtico. Sostiene que el capo comulgaba 'con las ideas del Che o de Fidel Castro, de los jipis, del Mayo francés', que era de izquierda y que 'odiaba a la oligarquía y a las élites'. Con la fortuna que erigió, 'hasta los ricos de Colombia eran pobres a su lado'.
Jiménez asegura que el ocaso del imperio de Escobar era previsible y su final también, porque cometió 'tres grandes fallos': lanzarse a la política, ordenar el asesinato del ministro Lara Bonilla y matar a sus propios socios, Gerardo Quico Moncada y Fernando El Negro Galeano.
Todavía sufrimos las consecuencias del cambio de valores que impuso. Cuando éramos estudiantes, queríamos culminar una carrera profesional. Con el auge del narcotráfico, los muchachos aprendieron que la intimidación y la muerte eran un medio poderoso para conseguir dinero fácil. Su fallecimiento fue un respiro para el mundo, pero su sombra aún azota nuestro país', sostiene el amigo de infancia.
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Él se considera un testigo de excepción de la personalidad dual de Escobar, quien, a su juicio, tenía dos caras:
La buena es la que sale en mis fotos: un hijo, esposo y padre amoroso. La mala está bien documentada en periódicos, libros y películas'.
MI FOTO FAVORITA
Esta foto fue tomada el 24 de febrero de 1989 en la fiesta de cumpleaños de su hijo, Juan Pablo, en la Hacienda Nápoles. En un momento dado, Pablo, que afrontaba todo tipo de problemas, se quedó sumido en profundas reflexiones. Muy seguramente tendrían que ver con la serie de sucesos que, uno tras otro, estremecerían a Colombia y conmoverían al mundo por su espectacularidad y crueldad. Ese año, un bus cargado con 500 kilos de pólvora detonó en el edificio del Departamento Administrativo de Seguridad con un saldo de 70 muertos y más de 600 heridos; las instalaciones del periódico El Espectador fueron dinamitadas; y explosionó un avión de Avianca en el aire con 106 pasajeros a bordo. Todos fallecieron', señaló Jiménez.
Datos y fotos de: El Mundo