En una época en la que la mujer era considerada impura e inferior, surge la figura de Hildegarda de Bingen, una influyente abadesa alemana nacida en 1098, quien se destacó por su audaz enfoque sobre la sexualidad femenina.
Hildegarda, quien provenía de una familia noble, ingresó con apenas ocho años como oblata en la abadía de San Disibodo, cerca de Maguncia, en el oeste de Alemania, según la costumbre de entonces de ofrecer a los conventos benedictinos niños de corta edad y mujeres. Pero a pesar de ser débil y enfermiza, enseguida mostró gran inquietud religiosa y empezó a tener visiones divinas, que se prolongaron durante toda su vida, hasta su muerte, pasados los 80 años, en 1179.
Al principio, la joven Hildegarda se negaba a revelar sus visiones, pero a los 42 años una voz divina le ordenó que contara lo que veía y oía. Por desgracia, Hildegarda nunca aprendió a escribir, por lo que un monje llamado Volmar se encargó de transcribir en latín las visiones. Fue así como fue elaborando una gran variedad de obras, entre ellas su “Libro de las sutilezas”, que trató las cuestiones relacionadas con el aparato genital femenino, sobre todo la menarquía (la primera regla) y la menopausia. Fue un progreso notorio en un mundo convencido desde la Antigüedad de que la sangre menstrual era maléfica y podía incluso hacer cosas tan inverosímiles como transmitir la rabia, marchitar la hierba o empañar los espejos.
Hildegarda afirmó que el placer sexual no era obra de Satán y que las mujeres también experimentaban placer.
En su tratado “Libro de causas y remedios de las enfermedades”, Hildegarda describió sin reservas el acto sexual y el clímax de la pareja. Escribió que cuando un hombre es arrastrado por la pasión, sus órganos sexuales actúan como una fragua que transmite calor, mientras que la mujer también siente placer y participa activamente en la unión. Su visión del sexo como algo natural y no pecaminoso fue revolucionaria para su tiempo.
Hildegarda argumentó que el placer sexual era parte de la experiencia humana, desafiando las nociones tradicionales que asociaban el deseo con la culpa. Su legado incluye no solo su contribución a la comprensión de la sexualidad, sino también su impacto en la medicina y la música, siendo reconocida como Doctora de la Iglesia católica en 2012.