Su nombre y apodo se dieron a conocer en la década de los 90, cuando se convirtió en el enemigo número uno y el más buscado por las autoridades. Se fugó de cinco prisiones distintas del país y fue considerado el mayor asaltante, traficante y secuestrador, y no temía enfrentarse a tiros con las unidades de la Policía Nacional.
Su vida delictiva comenzó cuando apenas tenía 10 años, y al cumplir los 16 años, las extintas Fuerzas de Defensa habían dado la orden de matarlo, pero no pudieron. Después de la invasión de EE. UU. a Panamá en 1989, fue tomando más fuerza y experiencia en el mundo de la criminalidad, llegando a ser por 40 años el dolor de cabeza más grande de los estamentos de seguridad.
Durante estas cuatro décadas de una delincuencia callejera, vio cómo esta se cobró la vida de amigos, familiares y conocidos, que no tuvieron la misma suerte que él, de estar con vida hoy en día. A pesar de que nunca se arrodilló ante una imagen ni utilizó ningún resguardo, él siempre creyó y llevó a Dios en su corazón y sabía que si Dios no lo había dejado morir era porque tenía un propósito para él.
A sus 51 años de edad, dejó de empuñar un arma y de sostener un cigarro de marihuana en sus labios. Ahora la única arma que lleva consigo es una Biblia, y de su boca ya no sale más humo, sino su testimonio de vida, que comparte con aquellos jóvenes que están metidos en ese oscuro mundo en el que por 40 años él estuvo, trayéndole dolor y sufrimiento a sus familiares. Nos referimos a José María Infanzón, alias “Media Luna”, quien hace más de un mes decidió por voluntad propia entregar su vida a Jesucristo.
Sin ese amor de madre
“Media Luna” nació y creció en Cabo Verde, en el corregimiento de Curundú. Su madre lo trajo al mundo cuando ella tenía 21 años de edad y su papá 54 años. Al cumplir los 4 años, sus padres se separaron, y su papá tomó la decisión de que su hermana mayor se fuera a vivir con su mamá, quedándose él con su papá, por lo que el único recuerdo que tenía de su madre era una fotografía en la playa donde salían los cuatro.
José María Infanzón fue un niño muy aplicado en la escuela, tanto así que estaba entre los cinco con mejores calificaciones. Las maestras le llegaron a decir el “licenciado”, por su buen desenvolvimiento al expresarse y siempre lo tomaban en cuenta para oratorias, poesías, entre otras actividades del colegio.
Pero una travesura le cambió la vida a este niño para siempre, y es que junto a otros compañeritos tuvo la osadía y la mala cabeza de ir a fisgonear a las niñas en el baño, sin saber que entre las estudiantes estaba la hija de la directora. Esto le costó a Infanzón la expulsión del colegio.
No conforme con el castigo, la directora envió una carta a todas las escuelas para que no lo aceptaran en ningún colegio, desencadenando otras secuelas, ya que cada vez que llegaba a un centro escolar nuevo, todos los docentes sabían de lo ocurrido.
Al sentirse discriminado, Infanzón perdió el interés de estudiar, se salió de la escuela y se fue de la casa a los 10 años. Durante más de un año vivió en la calle, donde pronto cayó en las garras de la delincuencia.
40 años en la delincuencia
Sobre su apodo, Infanzón contó que su hermano mayor (por parte de madre) tenía una cicatriz en la cabeza en forma de una media luna, y al morir este, él se quedó con ese apodo.
Durante estos años estuvo involucrado en robos, secuestros, tráfico de drogas, entre otros delitos, que lo llevaron a pasar varios años de su vida dentro de una cárcel, en el pabellón de máxima seguridad.
En su cuerpo están las 36 marcas de las balas que han atravesado su anatomía y que ahora permanecen en su piel como testimonio de la violencia que le tocó vivir.
Infanzón, quien hace cuatro años terminó de pagar su última condena en prisión, dijo que en su vida delincuencial tuvo mucho dinero, pero de todo lo que robó, traficó e hizo no tiene un centavo y no tiene pena en confesarlo. La riqueza malhabida se va como agua entre las manos, recordó.
Su vida a Dios
Hace tres meses, José María Infanzón se arrodilló en su cuarto y le pidió perdón de corazón a Dios por todo lo malo que había hecho en su vida y sacó su Biblia, que hace 18 años le regaló el apóstol Manuel A. Ruiz para que conociera la Palabra y cambiara su vida, ya que estuvo a punto de caer nuevamente en la delincuencia al no tener dinero en medio de la pandemia.
“Ya había hecho contactos para volver a traficar drogas, al secuestro y cuando estuve a un paso de hacerlo, yo me agarré de Jesucristo y es lo mejor que me ha pasado, y aunque haya dudas soy un testimonio vivo para la gloria de Dios”, aseguró.