Arrancó junio y en estos 30 días se celebran en el país dos hechos de interés, aunque confrontados. El primero es el denominado Mes del Orgullo, a través del cual los grupos LGBTQ buscan visibilidad y tolerancia por parte del resto de la sociedad.
Por otro lado, está el Mes de la Familia, establecido más recientemente como una respuesta al primero, pero a la vez para reiterar el valor que tiene este núcleo de la sociedad.
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Contrario a lo que pudieran opinar aquellos que promueven la discordia en vez de la concordia, ambas celebraciones no tienen por qué ser antagónicas. Sin importar cuál sea su preferencia sexual, todas las personas tienen familia, por lo que la esencia de esta debe ser valorada y preservada, entendiendo las realidades de nuestros tiempos.
Y así como las sociedades que avanzan armónicamente necesitan de familias fuertes, también necesitan de ciudadanos tolerantes, respetuosos de los derechos y decisiones de los demás y con la capacidad de entender que el amor es amor, siempre que sea sincero, desprendido y no haga daño al prójimo.