El tiempo cura todas las heridas, pero algunas son más difíciles de sanar, y aunque han pasado 32 años de la invasión estadounidense a Panamá, muchos mantienen este terrible acontecimiento vivo en su memoria.
Así lo evidencia el testimonio de Geneva Elizabeth Vargas Solís, sobreviviente del bus 120 de la ruta La Chorrera-Panamá, quien resultó gravemente herida de bala y casi pierde uno de sus brazos.
Por primera vez esta chorrerana habla con un medio de comunicación y nos compartió los momentos que se vivieron en el interior de este bus, al ser atacado por militares estadounidenses.
Pensó que había muerto
Geneva, que para ese entonces tenía solo 23 años de edad, nos narró que la noche del 19 de diciembre de 1989 ella había asistido a la fiesta de Navidad de la empresa Unifoto Panamá, donde trabajaba, pues se sentía hasta cierto punto comprometida porque cumpliría un año de estar laborando allí.
Recordó sentada en la sala de su casa que en ese momento todo parecía normal. “Yo me retiré con una compañera a eso de las 11:00 de la noche y nos dirigimos hacia la piquera de buses de la Plaza 5 de Mayo”, relató.
“Poco antes de las 12:00 a.m. del 20 de diciembre observamos a las personas corriendo de un lado para el otro y gritaban: ‘¡Nos están invadiendo, nos están invadiendo!’, mientras que otros se subían a los buses del Servicio de Autobuses del Corregimiento de Ancón (SACA) y algunos en los caserones de madera por los predios de la 5 de Mayo”, dijo.
Contó que en ese momento el conductor del bus 120, José Lapadula De Gracia, comenzó a decirles a los pasajeros que subieran, que se iban, sin saber aún en realidad lo que pasaba.
Cuando el bus arrancó aún había incertidumbre, no se sabía por qué la gente estaba huyendo y a través de la radio informaban que no pasaran por la avenida Nacional, sino que agarraran por el gimnasio de Balboa para subir con dirección hacia el Puente de las Américas, recordó.
Al llegar al área de Balboa, se paró un militar norteamericano frente al bus y le hizo una señal al conductor para que se detuviera, pero él estaba nervioso al igual que todos los pasajeros y al ver las armas y las carabinas de los soldados retrocedió y cayó en una cuneta.
En ese momento solamente fue “candela” de un lado para el otro, cuando los proyectiles de calibre punto 50 entraban por los vidrios, sillones y en los cuerpos de las personas.
Los soldados, al ver que los que viajaban en el bus no respondían a los disparos, dejaron de ametrallar el vehículo, dijo nuestra entrevistada.
“Para mí esos segundos fueron eternos, yo estaba sentada en el cuarto puesto de los asientos de a tres y me agaché y con mis brazos me cubrí la cabeza, mientras que sentía que todo el cuerpo se me estaba quemando”.
Entre esos disparos Geneva sintió un golpe en su cuerpo y fue una de las escenas más tristes que ha tenido en sus 54 años de edad. Era el cuerpo de un señor.
“Yo sentía cómo el cuerpo del señor que estaba encima de mí saltaba cada vez que una bala lo penetraba. Todos los impactos de bala que eran para mí los recibió el señor”, relató la mujer sin poder contener el llanto.
“Yo me quedé ahí hasta que finalmente cesaron los disparos y pude quitarme de encima al señor y al ver su rostro estaba pálido y le salía como humo... Estando en el suelo y con el cadáver encima de mí pensé que estaba muerta, porque para mí eso era cómo una película, una pesadilla”, agregó.
Detalló que cuando se levantó se dio cuenta de que había resultado herida en el brazo derecho.
“Cuando yo me toqué, con todo y vestido sentía que se me hundía. El proyectil me había arrancado parte de mi carne y a mi compañera de puesto un pedazo de carne de la clavícula”, relató.
“Yo cerré los ojos y fue cuando vi la imagen del Cristo Negro de Portobelo, en verdad pensé que estaba muerta, porque no me desmayé y con la gran cantidad de sangre que me salió me debí haber desmayado, pero no fue así”, reflexionó.
“Yo solo veía la imagen del Nazareno que danzaba y pensaba entonces: sí estoy muerta”. Pero reaccionó y comprobó la realidad sangrienta en la que se encontraba.
“Fue entonces cuando los gringos subieron al bus y ordenaron bajar en inglés. Yo fui la última en bajarme del bus, ya que no podía, porque estaba entre el charco de mi sangre y el señor que me salvó la vida”, recordó la sobreviviente.
Fuimos los primeros
Piensa que ellos fueron los primeros en caer en la invasión, ya que aún no habían atacado El Chorrillo; sin embargo, sí se veían las ráfagas que estaban cayendo, porque desde afuera del bus se veía el cerro Ancón y parecía un árbol de Navidad en llamas.
“Los soldados nos llevaron hasta Clayton, y al llegar, a todos los heridos nos pusieron en el suelo”, explicó Geneva.
“Los gringos me quitaron la ropa, ya que tenía mucha sangre en todo el cuerpo y los soldados querían saber dónde tenía la herida. Milagrosamente, de todos los impactos que recibió el bus, solo recibí un disparo en el brazo”, acotó.
Entre los muertos
Al día siguiente los llevaron al Hospital Gorgas; los norteamericanos habían hecho tres intentos para trasladarla, pero los miembros del Comité de Defensa de la Patria y la Dignidad (Codepadi) le estaban disparando a las ambulancias, explicó Geneva.
“Al llegar al Gorgas perdí contacto con los pasajeros del bus 120 y no nos recibió ningún médico”, señaló.
Los soldados la llevaron a un salón muy grande, pero al llegar a ese lugar fue mucho más deprimente.
“Estábamos los vivos y los muertos juntos; entonces yo, estando acostada, miro hacia las demás camillas, observé a personas sin brazos, sin piernas, personas muertas... En verdad fue algo aterrador”, destacó en medio de lágrimas.
“Nuevamente me pregunté si en verdad me morí. De pronto llegó un soldado puertorriqueño y yo le pregunté sobre el lugar y él me respondió: ‘Aquí están todos los que han ido cayendo”. Todas las víctimas tenían una letra en la frente y yo le pregunté al soldado eso qué significaba, y él me respondió que con esas letras estaban separando quiénes eran”.
Algunos tenían “E”, que significaba enemigos; otros tenían una “C”, o sea, civiles; y los que tenían “PC” eran panameños civiles.
Entonces, ella volvió a preguntar: “¿Y qué letra tengo yo?”. El soldado boricua le respondió: “Tú no tienes ninguna letra, porque ustedes fueron los primeros en caer y aún no estábamos poniendo letras”.
Luego la pasaron a curaciones y otro capitán afroamericano le preguntó por su ropa. Le respondió que no tenía y el soldado le buscó un buzo, un suéter y le dio sus chancletas, ya que desde que llegó desde Clayton solamente estaba envuelta en una frazada.
¿Por qué no llegó?
Los familiares de Geneva se enteraron de lo ocurrido cuando su exesposo, que vivía cerca de su mamá, le indicó que ella no había llegado a la casa ese día y que la invasión la había agarrado en la calle.
Su mamá no supo de ella hasta el tercer día, cuando el soldado que le dio la ropa la ayudó para que hiciera una llamada, pero en ese momento solo se acordó del número de una amiga, a la que le dijo que estaba herida en el Hospital Gorgas y fue ella quien se comunicó entonces con la mamá de Geneva. Vio a su madre ocho días después.
El 20 es mi cumpleaños
A pesar de que Geneva nació el 22 de octubre de 1967, considera que el 20 de diciembre de cada año es su cumpleaños. A pesar de que no hace fiesta, le da gracias a Dios. “O sea, este año cumplo 32 años”, dijo.
“Es muy duro y difícil para mí cada vez que llega diciembre, comienzan todos los recuerdos. Todos los 24 y los 31 yo me encierro porque no quiero oír bombitas, todavía no puedo escuchar nada de eso”, señaló.
Cuando su amiga la fue a rescatar junto a su esposo al Hospital Gorgas, Geneva vivió unos días en Bethania. Dijo que ella dormía debajo de la cama y días después, cuando regresó a su casa, en La Chorrera, quería que todos se acostaran a las 6:00 de la tarde, que nadie estuviera afuera y que pusieran colchones en las ventanas.
“Esta operación fue llamada ‘Causa Justa’, pero para mí no fue justo, porque murieron tantos niños, tanta gente, no era necesario que muchas personas murieran. Todavía hay madres y hermanos llorando a sus familiares”, expresó la mujer, que hasta el sol de hoy no ha recibido una indemnización por parte de Estados Unidos y mucho menos tratamiento psicológico.
Este año se cumplen 32 años de la invasión. Sin embargo, Geneva lleva su propia cuenta de angustias, porque después de aquel 20 de diciembre pasaron 8 días y 7 noches sin saber qué pasaría con ella y sin ver a su familia. “Yo hubiese sido uno de esos cadáveres de las fosas comunes”, finalizó.
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¿Sabías qué...
En la invasión a Panamá participaron más de 26 mil soldados norteamericanos que fueron enviados por el entonces presidente de Estados Unidos, George H. W. Bush.
La operación “Causa Justa” culminó el 31 de enero de 1990 y el propósito fue capturar a Manuel Antonio Noriega.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenó los hechos en 2018 y exigió a EE.UU. resarcir a las víctimas e iniciar una investigación completa.