Ricardo Martinelli terminó su gobierno, salió huyendo en su avión y recogió en Guatemala su inmunidad del Parlacen, al que tildó una vez de “cueva de ladrones”.
Después EE. UU. lo extraditó a Panamá para que lo juzgaran por los pinchazos telefónicos y acá sigue burlándose y amenazando a sus críticos e investigadores.
Pero así como salpicó a muchos de sus colaboradores, sus hijos están embarrados y al borde de ser apresados por EE. UU. para que respondan por supuesto lavado de dinero por el escándalo de Odebrecht.
LEA TAMBIÉN: Vamos pa’ atrás. Gobierno Nacional anuncia cuarentena total
Martinelli y su combo no se defienden, solo dilatan los procesos y buscan aferrarse a inmunidades que no tienen porque saben que su destino no es otro que la cárcel.
Este tiburón herido sabe que en el único país donde al parecer no le pasará nada es Panamá.
Acá le oficializan su locura por seis meses, amenaza a fiscales, puede comprar al judicial por unas cuantas monedas y hasta sueña con volver a ser presidente. Solo queda desenmascararlo sin miedo, para que las futuras generaciones no tengan la corrupción como ejemplo, porque no se lo merecen.