Es sabido que las condiciones que hacen que nuestro país tenga una ventaja frente a sus vecinos son las mismas que podrían jugarnos en contra. Un ejemplo actual de ello es nuestra posición geográfica que nos convierte en el hub perfecto del continente, pero que a la vez incide en las masivas migraciones irregulares que nos impactan.
Panamá es codiciada por buenos inversionistas que ven un nicho de oportunidades, pero también por los grupos criminales que sienten que aquí pueden esconder sus recursos económicos y también multiplicarlos.
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Frente a esa realidad nuestro Estado debe contar con rigurosos mecanismos en todos los ámbitos para atacar a esos criminales, y la extinción de dominio ha demostrado ser una herramienta efectiva para este fin en otras latitudes.
La extraña resistencia que esa iniciativa ha encontrado, sobre todo de sectores políticos acostumbrados a moverse en la opacidad, debe ser vista con recelo. Y, ojo, porque ese accionar mezquino y casi delincuencial nos terminará pasando factura a todos por igual.