Los diputados de la República, con tal de conservar su poder, están dispuestos a lo que sea.
Hay dos hechos recientes que demuestran la gravedad de sus acciones, pero el Ejecutivo prefiere aplicar su política de no meterse, sino negociar con ellos para conseguir sus aprobaciones en el Legislativo.
El violento diputado de San Miguelito impulsó la reelección de una rectora en Chiriquí, que es una vergüenza nacional, pero una heroína para la cueva del PRD en que ha convertido la Unachi. La palabra final la tiene Nito Cortizo, pero sobran las dudas.
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Más recientemente, a la pobre diputada de Capira de CD le importa poco violentar la Constitución Nacional para protegerse ella y su combo de colegas para complacer a su jefe, el funcionario y familiar cercano de los príncipes confesos y presos en Nueva York.
Si la ciudadanía y el Ejecutivo no frenan a estos diputados rufianes que ocupan la Asamblea, cuando llegue el 2024 no vamos a tener país, sino una caricatura hecha a la medida de esta partida de sinvergüenzas, que merecen el repudio nacional y nunca más volver al Palacio Justo Arosemena.