Para las pandillas los delitos son un negocio. Es decir, ellos viven y cobran por los homicidios, robos, hurtos, secuestros, privaciones, extorsiones y otros. Luchar contra estas organizaciones es como hacerlo contra un monstruo de mil cabezas.
La tentación y la politiquería en la región y en Panamá han sido la represión con diferentes nombres (mano dura, estado de excepción), pero al final la realidad demuestra que se gastan millones de dólares públicos y los barrios siguen tomados por los criminales, que se reproducen como hongos y se reorganizan para seguir en el negocio de los delitos.
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Ahora se observa con atención cómo el derechista y populista de El Salvador, Nayib Bukele, trata de acabar con las maras en su país, pero las denuncias de abusos y violaciones de derechos humanos son escandalosas e insostenibles como las perpetradas por los pandilleros.
En una sociedad organizada no cabe la ley de ojo por ojo y diente por diente. La única salida es la prevención y una política de Estado para enfrentar este complejo mal social en Panamá y la región.