María Gálvez se aferra a una chispa de esperanza de que las nuevas exhumaciones iniciadas para identificar a un grupo de personas muertas o desaparecidas durante la invasión de Estados Unidos a Panamá hace tres décadas le permitan encontrar los restos de su esposo, Erasmo Ibargüen.
Ella y sus hijas son algunos de los familiares que han estado muy pendientes en el cementerio Jardín de Paz, ubicado en Parque Lefevre, donde avanzan las excavaciones, así lo reseña AP.
Éstas fueron ordenadas por el Ministerio Público (MP) como parte de la reapertura de 14 casos de desaparecidos gestionados por una comisión que busca la verdad sobre las víctimas de la invasión que expulsó al dictador Manuel Noriega el 20 de diciembre de 1989.
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Los forenses y antropólogos han encontrado hasta ahora un pedacito de hueso humano que fue llevado a los laboratorios para su análisis, pero el proceso marcha lento y de manera manual, dijo Maribel Caballero, funcionaria de la fiscalía encargada de casos de homicidios y femicidios de la zona metropolitana.
Los expertos también se han tropezado con otros escollos imprevistos en el terreno, como trincheras y algunos mojones o señales que delimitan las sepulturas. “Ellos ya tenían un esquema, pero al encontrar esos mojones enterrados en las divisiones de las tumbas eso puede variar hacia un lado, hacia atrás, para seguir buscando”, explicó Caballero.
Las excavaciones se realizan con cuidado para no afectar tumbas con restos de víctimas de la invasión ya identificados. Poco antes de que comenzasen los trabajos, la antigua presidenta de la Asociación de Familiares de los Caídos, Isabel Corro, protestó y exigió sin éxito que frenasen las exhumaciones.
Gálvez, de 62 años, y sus hijas Nelibeth y Niska comenzaban a inquietarse por los escasos resultados hasta ahora, al igual que otros familiares entrevistados en el cementerio Jardín de Paz.
“El proceso no está ocurriendo como se esperaba”, dijo Brenda Bethancourt, quien con su mamá y una hermana buscan los restos de su papá muerto, el teniente Braulio Bethancourt.
Gálvez cuenta que su esposo Ibargüen, en ese entonces de 32 años, salió la noche de la invasión a cumplir su trabajo de inspector de aduanas en un sector de la capital que fue uno de los puntos atacados por los estadounidenses. Dijo que su esposo siempre cargaba un arma de fuego y que eso probablemente causó que le disparasen. Sus hijas Nelibeth y Niska tenían apenas 12 y 3 años, respectivamente.
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Nelibeth recuerda que su papá había llevado a casa el árbol de Navidad ese día. La señora Gálvez, que trabajaba como cajera en una panadería, compartió con él por última vez antes de que partiese a sus labores. Y fue la última vez que lo vio con vida.
“Esperé que volviera a la casa durante 15, 20 años”, aseguró a Gálvez, quien carga en su cartera la cédula de identidad de su difunto esposo y su carné de estudiante.
Gálvez había ido a presenciar el primer día de las exhumaciones y entierros de las víctimas de la invasión poco después del ataque, pero nunca vio ni estuvo convencida que los restos colocados en una sepultura del Jardín de Paz correspondiesen a los de su esposo. Es un caso casi parecido al del teniente Bethancourt, cuya familia sostiene que una tumba a la que le pusieron su nombre no contenía sus restos.
Ambas familias discutían solicitar conjuntamente a la comisión creada para investigar las víctimas de la invasión si era posible que le abriesen las tumbas que llevan el nombre de sus familiares, aunque Caballero, la funcionaria de la fiscalía, explicó que “eso no se maneja de esa manera”.
“Ese es nuestro cuerpo”, consideró Nelibeth, en referencia a que como esa tumba lleva el nombre de su padre, pueden pedir que se abra. “Tenemos el derecho”.
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De todas maneras, afirma Nelibeth, esta es una oportunidad que no quieren dejar pasar.
“Treinta años tuvimos que esperar”, señaló. “Ahora hay que aprovechar (las nuevas exhumaciones). No creo que se puedan dar más”.