El expresidente Ricardo Martinelli está a punto de cambiar el aire acondicionado de su mansión por el del Palacio de los Ortega. Desde la embajada de Nicaragua en La Alameda, donde lleva refugiado desde el 7 de febrero para evadir una condena de más de 10 años por blanqueo de capitales en el caso New Business, el exmandatario espera que se finiquiten los trámites que le permitirán volar rumbo a su nuevo santuario político: Managua.
“He tomado la decisión de aceptar el salvoconducto como asilado político”, escribió Martinelli desde su cómodo refugio, apenas horas después de que el canciller panameño Javier Martínez Acha confirmara la emisión del polémico documento “por razones humanitarias”. La frase suena bonita, pero huele, según muchos críticos, a impunidad reciclada. El diputado Luis Eduardo Camacho, inseparable de Martinelli, ya dijo que podría acompañarlo en el viaje. Lealtad nivel jet privado.
Mientras tanto, figuras como Ricardo Lombana y el expresidente Ernesto Pérez Balladares disparan críticas sin anestesia: que si el gobierno de Mulino está pagando favores políticos, que si se está burlando de la justicia, que si la impunidad se viste de diplomacia. Y mientras el país debate, Martinelli aguarda rodeado de abogados, visitas VIP, rezos estratégicos y un billete de ida al paraíso dictatorial de Daniel Ortega, donde la justicia no molesta y los asilados respiran tranquilos.