El bus 120 de la ruta La Chorrera- Panamá es otra de esas historias nunca antes contadas de la invasión de EE.UU. a Panamá.
La tragedia, 32 años después, todavía refleja el dolor y la resignación de los que vivieron en carne propia los ataques de militares estadounidenses la medianoche del 20 de diciembre de 1989.
Por primera vez en 32 años, el conductor de este bus y la exesposa del dueño del autobús narran a un medio de comunicación lo ocurrido aquel fatídico día.
A pocos minutos de que las manecillas del reloj marcaran la medianoche del 20 de diciembre de 1989, en la piquera de buses de la Plaza 5 de Mayo, frente a la Asamblea Nacional, estaba estacionado el bus 120, el último de la ruta La Chorrera-Panamá que saldría para el sector oeste como lo hacía rutinariamente.
Los pasajeros iban entrando y ubicándose entre los 35 puestos que tenía el bus. Muchos de ellos con jamones, pavos y compras navideñas trataban de buscar el mejor asiento para ir cómodos durante los más de 37.4 kilómetros de viaje hasta el distrito de La Chorrera.
Mientras tanto, José Lapadula De Gracia, el conductor del bus con placa 8B-1732, esperaba la salida, sin pensar que lo que viviría minutos después junto a sus pasajeros permanecería como un recuerdo doloroso en su memoria, luego de más de tres décadas de la tragedia.
Ametrallados
Lapadula De Gracia contó que luego de salir de la piquera de buses de la Plaza 5 de Mayo tomó por la ruta normal que lo llevaría hacia el Puente de las Américas, pasando frente a las instalaciones del Departamento Nacional de Investigaciones (DENI), ubicadas en la actual Dirección de Investigación Policial (DIJ), en Ancón.
Al llegar cerca de la base de Albrook se toparon con soldados norteamericanos a bordo de dos vehículos Humvee y uno de ellos le indicó a Lapadula que retrocediera. Él procedió a cumplir la instrucción, pero cuando se disponía a hacerlo, los soldados con sus ametralladoras calibre punto 50 comenzaron a disparar a ambos costados del bus 20, dijo Lapadula, de 59 años de edad.
Para ese entonces él tenía 27 años y recordó como si hubiese sido ayer cómo se echó al piso y el bus cayó en una cuneta.
Este padre de tres hijos y abuelo de 5 nietos recuerda que sentía cómo el bus saltaba y veía las chispas que provocaban los proyectiles que penetraban la carrocería del vehículo.
Este humilde trabajador chorrerano, quien tiene 42 años de ser transportista, indicó que estando en el piso llegó a pensar que ese sería el último día de su vida, mientras que varios heridos y hasta cadáveres le caían encima.
Actualmente, Lapadula tiene una esquirla de bala en la cabeza que no se la han podido sacar y cuando llueve el frío le produce fuertes dolores de cabeza.
Más víctimas
Pablo Emilio Jaén, de 64 años, fue una de las víctimas del bus 120. Él recibió un tiro en la cabeza, al igual que los otros dos acompañantes del puesto “de a tres” ubicado detrás del conductor Lapadula. Una sola bala mató a las tres personas.
Jaime Rodrigo Jaén Bustamante, de 63 años, es uno de los hijos del señor Jaén y nos contó que su papá siempre salía del distrito de La Chorrera a eso de las 3:00 p.m. para ir a vender carne en palito, de lunes a viernes en la piquera de buses de la Plaza 5 de Mayo.
“Mi papá siempre estaba llegando entre las 8:00 y 9:00 de la noche a la casa, pero ese día nos quedamos esperándolo”, narró. “Al ver que pasaban los días y no regresaba, mi hermana y yo decidimos ir hasta Panamá y preguntar en las morgues, hospitales; sin embargo, no sabían de su paradero”, recordó con lágrimas.
Jaime, quien durante 42 años trabajó en el Sindicato de Conductores y Automotores de La Chorrera (Sicamoch), en donde se jubiló como chequeador de bus, dijo que ese mismo día le dijeron que los gringos habían hecho una fosa común en el Jardín de Paz, en Parque Lefevre, y hacia allí se dirigió con su hermana.
Al llegar se encontró con un enorme hueco y varios cadáveres colocados de tres en tres. A pesar de que el cuerpo de su papá estaba en estado de putrefacción logró identificarlo por la ropa que llevaba puesta la última vez que salió de su casa, expresó con voz entrecortada.
“Fue un golpe muy duro, ya que él era el sustento de la casa”, mencionó el menor de cuatro hermanos.
Pasaron varias semanas para que a este padre de un hijo le devolvieran el cadáver de su padre, tuvo que comprar una bolsa, el ataúd y pagar un “pick up” para que lo llevaran directo al Cementerio Municipal de La Chorrera, donde actualmente reposa.
Lo vendieron por hierro
Gerardo Cruz era el dueño del bus 120 y tenía 14 años de tenerlo consigo cuando se registró el suceso.
Su cupo se lo ganó en una tómbola que había hecho Sicamoch. Tratamos de conversar con él, pero a pesar de que han pasado 32 años, aún no supera ese episodio, ya que a la mayoría de las víctimas las conocía.
Para ese entonces su esposa era la señora Darlinda Carriazo, quien tenía dos hijos y estaba embarazada de su tercera hija cuando se registró el hecho.
Ella indicó que el bus 120 siempre salía hacia la ciudad capital a las 6:00 de la tarde y más tardar a las 8:00 de la noche ya venía de regreso para el distrito de La Chorrera. Pero ese día eran las 11:30 de la noche y no llegaba. Eso la preocupó.
“Yo era la que recibía todas las noches el bus, ya que mi exesposo Gerardo madrugaba para conducirlo en la mañana”, expresó la mujer de 55 años de edad.
Los minutos pasaban y no se sabía nada del bus. Al transcurrir los segundos en la televisión comenzaron a salir las primeras imágenes de la invasión “Causa Justa”, por lo que ella sabía que algo andaba mal.
Al día siguiente se enteraron de que el bus había sido atacado y que había muertos y heridos. Fallecieron entre 12 a 13 personas, expresó Carriazo.
Después de 9 meses de esa tragedia, el bus 120 nuevamente comenzó a transportar pasajeros y así se mantuvo durante cinco años.
“En las noches, cuando el bus estaba estacionado en el patio de la casa, se escuchan gritos y como si estuvieran corriendo dentro del bus”, aseguró la exesposa de Gerardo, aún asustada por ese hecho insólito.
Lastimosamente el señor Gerardo se fue a la quiebra por todos los gastos de la reparación del bus y decidieron alquilar la placa. El bus fue vendido como lata.
Ningún sobreviviente ha recibido indemnización de Estados Unidos ni apoyo económico y sicológico por el Estado panameño.
Y aunque el bus 120 de la ruta Panamá-La Chorrera hoy no existe, la historia de terror aún ronda las mentes de sobrevivientes y familiares. El dolor está presente.