El mensaje de un enfermero cubanoamericano dirigido a un posible paciente de coronavirus conmueve a miles de lectores en las redes sociales.
Raúl Montejo es el autor y accedió a compartir su crónica con los lectores de CiberCuba. A continuación publicamos el texto íntegramente.
Vas a tener fiebre. Mucha fiebre. La fiebre más alta que te haya dado en tu vida. No se va a parecer a las calenturas del catarro anual que nos da a todos.
Vas a respirar cortico, como si te hubiesen puesto una tira de esparadrapo en la nariz y después le hubiesen hecho un huequito con un alfiler.
Vas a tratar de llenar los pulmones. Vas a inhalar fuerte, pero vas a sentir que todavía te falta el aire. Y eso te va a asustar.
Vas a toser mucho. Tanto, que te vas a cansar hasta casi desmayarte. Vas a sentir como si hubieses corrido 10 kilómetros. Y eso va a ser cada segundo que estés aquí.
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Cada vez que tosas, te va a doler el pecho, los brazos, los ojos, la espalda, los dedos de las manos, los pies.
Vas a tratar de coger aire por el huequito en el esparadrapo que ya te conté, y no vas a poder. Vas a respirar cada vez más rápido, y eso te va a llenar las venas de esa mierda que se llama dióxido de carbono, que es algo que te puede matar.
Entonces, te voy a poner un pitico en la nariz para darte el oxígeno que tus pulmones no pueden fabricar. Ese pitico te va a pelar la entrada de los dos huequitos por donde respiras, y eso te va a doler aún más.
Y si no puedes superarlo, va a venir un doctor y va a ponerte par de tubos de media pulgada garganta abajo, hasta pasar los bronquios y llegar a los pulmones. Eso se llama respirador artificial o ventilador. Es molesto, y encima, no puedes hablar o comer.
Vas a estar solo en una habitación cerrada. No podrás tener a alguien ahí, porque lo vas a enfermar de la misma maldición que te está matando a ti.
Te vas a sentir tan mal, tan solo, que te va a dar ansiedad, y vas a sentir miedo de morir. Te vas a deprimir. Eso va a empeorar tus síntomas, tu tos, tu falta de aire.
Me vas a llamar a mí y a mis compañeros mil veces en la noche o en el día.
No vas a pensar que cada vez que entremos ahí, nos toma 15 o veinte minutos prepararnos.
Es lavarte las manos, no como te las lavas en tu casa, sino como se las lava una enfermera o un enfermero.
Es ponerte guantes, una bata, una máscara, una cubierta para cada zapato, una cubierta para el pelo, una máquina de aire en la cintura, una escafandra que la debe haber diseñado el mismo hijo de puta que diseña los gaveteros que venden en Ikea.
Tampoco sabes que cada enfermera o enfermero que responde a tu llamado, que te baja la fiebre, te quita el dolor, te busca una manta, te acomoda la cabeza o te da una ducha, mientras se viste, tiene muy claro que tiene que hacerlo rápido para ti.
Pero tiene que hacerlo bien porque si se equivoca, se contamina. Y si se contamina, se lo va a pasar a otros, dentro y fuera del hospital. Y como tú, tiene miedo de enfermarse, de enfermar a sus hijos, a su familia, a sus colegas y a sus amigos.
Las enfermeras que veo cada día aquí tienen hijos, tienen padres, abuelos, esposos, novios, novias. Gente a la que aman y que los ama. Son leonas en esta guerra. Las miro y pienso “esta mujer es el hombre que yo quiero ser”.
No sabes que tú estás allá adentro pensando que vas a morir, que estás muy jodido, y ellas están afuera mirando como respirabas ayer y comparándolo con tu respiración de hoy. Y comparan tus nueve fiebres de ayer con las cinco que has tenido hoy y dicen “está mejorando”.
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No vas a imaginar que cuando salen de tu habitación son otros veinte minutos quitándose todo, desinfectando las máquinas y la escafandra, lavándose las manos como se las lava una enfermera o un enfermero.
No vas a pensar que respirar dentro de esa máscara y esa escafandra por mucho tiempo, es agotador, da dolor de cabeza. Que las correas son apretadas, dejan marcas y te hacen heridas. Que terminas tu jornada con los labios fritos.
No vas a pensar que las ganas de cuidarte bien, los deseos de devolverte a los tuyos para que la vida continúe, para que abraces a tu hija y beses a tus nietos, van a ser más grandes que el miedo que sentimos.
No vas a pensar que esto nos ha jodido a todos, los enfermos y los sanos.
Que mi cara y la de mis colegas van a ser un ripio cuando terminemos el turno.
Que cuidarte bien es un riesgo grande, y es agotador.
Que llegas a tu casa y desde el dormitorio gritas “salgan de la cocina, que voy para allá”. Tu familia se esconde, y tú sales, coges tu comida y te vuelves a encerrar gritando “Ya pueden salir”.
No vas a pensar que las ganas de cuidarte bien, los deseos de devolverte a los tuyos para que la vida continúe, para que abraces a tu hija y beses a tus nietos, van a ser más grandes que el miedo que sentimos.
No vas a pensar que esto nos ha jodido a todos, los enfermos y los sanos.
Que mi cara y la de mis colegas van a ser un ripio cuando terminemos el turno.
Que cuidarte bien es un riesgo grande, y es agotador.
Que llegas a tu casa y desde el dormitorio gritas “salgan de la cocina, que voy para allá”. Tu familia se esconde, y tú sales, coges tu comida y te vuelves a encerrar gritando “Ya pueden salir”.
Le impulsó a escribir este mensaje su deseo de que las personas comprendan lo serio que es enfermar de este virus, el peligro que representa no acatar las medidas para evitar su propagación.
Con información Uninoticias