En pleno vaivén político por la revisión de su errática política comercial, el presidente Donald Trump decidió honrar una promesa de campaña que había pasado casi desapercibida: traer de vuelta la presión de agua “decente” en los cabezales de ducha.
El decreto, con el pomposo título de “Mantener una presión de agua aceptable en las duchas”, pone fin a las normas de ahorro que restringen el número de litros por minuto que se permite que fluyan a través de los cabezales de ducha y fue firmado el miércoles en el Despacho Oval. Rodeado de asesores y cámaras, Trump justificó su acción con un argumento que solo él podría convertir en política pública: “Estoy durante 15 minutos hasta que se moja. Goteo, goteo, goteo. Ridículo”, lamentó, antes de soltar la frase que ya da vueltas por las redes: “Me gustaría darme una buena ducha para cuidar mi precioso pelo”.
La Casa Blanca, lejos de esconder la insólita medida, se sumó al “show” mediático con un argumentario de corte populista, casi de parodia: “Trump hace que las duchas de Estados Unidos vuelvan a ser grandes otra vez”, una clara parodia de su conocido lema de campaña.
Aunque muchos creyeron que era una broma por el April Fool’s Day (el día de las bromas en EE.UU., celebrado cada 1 de abril), el decreto es completamente real.
No es la primera vez que Trump convierte sus quejas personales en política pública, pero sí una de las más curiosas: su cruzada contra los cabezales de baja presión viene desde 2019, cuando ya decía que la baja presión no le permitía enjuagar correctamente su melena.
Mientras tanto, economistas y medios especializados siguen tratando de entender la rectificación de su política comercial, que parecía más urgente que las duchas... pero para Trump, la presión del agua es un asunto de Estado. Literalmente.