Las personas más poderosas son las más fáciles de controlar, lo afirmaba con mucha seguridad, Grigori Rasputin, un campesino que se convirtió en uno de los personajes más influyentes de la corte imperial rusa, que continúa fascinando al mundo un siglo después de su violenta muerte. Su historia, mezcla de misticismo, escándalos y profecías, es un reflejo de los turbulentos tiempos previos a la Revolución Rusa.
Rasputin nació en 1869 en un pequeño pueblo siberiano, lejos de la opulencia de San Petersburgo. Aunque no sabía leer ni escribir, poseía un carisma magnético y una memoria prodigiosa que lo llevaron a aprender las escrituras bíblicas y a ganarse una reputación como sanador. Su ascenso comenzó en 1905, cuando fue convocado por los zares para tratar al joven heredero Alekséi Nikoláyevich Románov, cuya hemofilia amenazaba la continuidad de la dinastía Romanov. Su éxito en calmar las crisis del heredero le ganó la devoción de la zarina Alejandra, quien lo consideraba un enviado divino. Gravísimo error.
Pero no todos compartían esa visión. Su cercanía al zar Nicolás II y su creciente influencia en las decisiones de Estado despertaron el odio de la nobleza y el clero. Frecuentaba círculos exclusivos de la aristocracia rusa, los rumores sobre su vida libertina, su participación en orgías incluían a individuos influyentes con quienes mantuvo vínculos personales y políticos. Los encuentros secretos de Rasputin eran un cóctel de penitencia y placer carnal que fascinaba a sus seguidores y escandalizaba a sus detractores. En sus reuniones, destacaba la doctrina de los flagelantes o Jlystý, eran un reflejo de su filosofía, una creencia herética y tergiversada acerca del pecado y el arrepentimiento como caminos hacia la purificación.
¿Quiénes eran los flagelantes?
Los flagelantes o azotados, también llamados gente de dios, eran un grupo sectario separado de la Iglesia Ortodoxa Rusa, una secta de la iglesia de los viejos creyentes, el cual fue fundado por Daniil Filippovič, en 1631, en la provincia de Kostromá, Rusia.
El principe atormentado
Uno de los casos más polémicos fue el del conde Félix Félixovich Sumarókov-Elston, quien acudió al místico buscando cura para lo que consideraba un “mal interno”. En lugar de recibir la ayuda esperada, se sintió ultrajado por los avances de Rasputín, lo que intensificó el resentimiento hacia él y, finalmente, contribuyó a la conspiración que planeaba su asesinato.
Conspiración y rumores del asesinato de Rasputín
En plena Primera Guerra Mundial, se especula que los servicios secretos conspiraron para eliminar a Rasputín, quien buscaba negociar la paz entre Rusia y Alemania. Dada su enorme influencia sobre el zar, esta posibilidad era más que factible. De haberse concretado el acuerdo, unos 350,000 soldados alemanes habrían sido liberados para reforzar el Frente Occidental contra los Aliados, alterando significativamente el curso del conflicto. Se sabe que en diciembre de 1916, Rayner, un agente británico, estaba en San Petersburgo y mantenía una estrecha amistad con el príncipe Yusúpov, cultivada desde sus días universitarios.
Misteriosa resistencia al cianuro
El 29 de diciembre de 1916, un grupo de conspiradores liderados por el príncipe Félix Yusúpov lo invitó a su palacio con la promesa de presentarle a la bella Irina Aleksándrovna. Yusúpov, con aparente cortesía, le ofreció té y pasteles para hacer más ameno el encuentro. Sin embargo, su verdadera intención era envenenarlo con el cianuro que había añadido a los alimentos. Para su sorpresa, el veneno no surtió efecto, y Rasputin, lejos de mostrar signos de debilidad, comenzó a tocar la guitarra y cantar como si nada hubiera ocurrido. Desesperado, Yusúpov tomó un arma y le disparó varias veces por la espalda, creyéndolo muerto. Yusupov, inquieto, decidió bajar a revisar el cuerpo. Al acercarse, los ojos de Rasputín se abrieron de repente. “Los ojos verdes de una víbora me miraban con un odio diabólico”, recordaría más tarde, marcado por aquella mirada escalofriante. Rasputín pareció reunir una fuerza sobrehumana, pero finalmente se desplomó de espaldas. En este punto, el relato de Yusúpov desafía los límites de la credibilidad, pues asegura que el herido mostraba signos de poderes demoníacos.
Aterrorizado y presa del pánico, Yusúpov corrió escaleras arriba en busca de ayuda, mientras el miedo le provocaba ataque de pánico. Fue entonces cuando Purishkévich asumió el control. Con determinación, preparo su pistola y descendió, solo para encontrar que Rasputín, en un último acto de resistencia, había logrado salir por la puerta lateral. Tambaleándose, se adentraba en el patio cubierto de nieve, avanzando con dificultad consumido por su agonía, allí le disparó, alcanzándolo en el hombro y derribándolo al suelo. Finalmente, un disparo en la cabeza acabó con su vida. Como si eso no bastara, los asesinos de Rasputín ataron su cuerpo y lo arrojaron al helado río Neva, donde su cadáver fue recuperado varios días después.
Rasputin dejó tras de sí una carta profética que anunciaba su propia muerte y la caída de los Romanov. Menos de dos años después, la familia imperial fue ejecutada, sellando el fin de la Rusia zarista y marcando el inicio de una nueva era. Su vida y muerte, envueltas en misterio, siguen siendo un símbolo de poder, decadencia y tragedia.