Los hechos del siguiente relato ocurrieron en mayo del 2018, cuando los cubanos aún tenían ciertas libertades. Esas fiestas callejeras, trato con el turista o aquella libertad sexual les brindaba un bálsamo frente a la dictadura. Hoy, la falta de Internet y la pandemia los hizo explotar y salir a la calle.
“Chica, aquí no pasa nada, quita esa cara que este es un lugar seguro”, ese fue el primer comentario de tantos que recibí al llegar a Cuba.
Sin preguntar, en la calle te dicen que allá no debes preocuparte por nada… Nada.
Un verdadero paraíso arquitectónico, eso es Cuba, es curioso, porque me inventé ser arquitecta y no periodista, y es que a casi nadie le gusta hablar con periodistas y menos en un país gobernado por la censura, militares y dictadura.
Una noche de lluvia prendí la televisión. La mayoría de los programas estaban enfocados en el deporte y la cultura. Los titulares del noticiero eran positivos, como sí allá de verdad no pasara absolutamente nada. Nadie protesta, nadie pelea, no hay narcotráfico o turistas asesinados. Lo que se destila son personas felices, libres y un gobierno que se encarga de todos sus problemas.
Bueno, antes no pasaba nada, pero ya está empezando a suceder.
Luego de ese bombardeo poco común de noticias alegres puedo aseverar que en Panamá la libertad de expresión sí existe. Intenté comprar un periódico, pero no quisieron vendérmelo.
Lo que me quedaba era conversar con las personas. Sin exagerar, comparé la actitud de los cubanos como la de unos seres zombificados.
Me explicaron que las religiones más importantes abandonaron la isla por que llegaron al punto de no recibir ofrenda. Allá la mayoría de las personas tienen un cigarrillo en los labios para olvidar los problemas y están en la calle divirtiéndose hasta el amanecer.
Los que no están laborando, están sentados en el Malecón o en los parques con música y una botella de ron.
En mi estadía pude diferenciar dos discursos. El de las personas que aseguran ser felices y tener lo suficiente para vivir y el de las personas que te dicen que se sienten atrapadas, que no pueden expresarse en contra del gobierno y que dé a malas les alcanza para vivir.
De este último grupo conocí a un hombre que llamaremos Alberto.
“La isla está repleta de cámaras. Aquí al turista no le va a pasar nada, puedes andar pa’ arriba y pa’ abajo y la seguridad es intachable. Ustedes son libres y nosotros somos los presos, aquí han matado turistas, pero son casos aislados. Me pueden meter preso sí dejo mi puesto de trabajo y me captan hablando contigo en la calle” me dijo.
Según Alberto, un comerciante de comida, tiene la posibilidad de hacer un poco más de dinero. Los que trabajan con el gobierno ganan desde 250 hasta 400 pesos en moneda nacional. Los que más ganan son los médicos con mil pesos al mes. Por ejemplo, un guardia gana 300 pesos que vendrían siendo alrededor de 22 dólares al mes.
La misma noche que hablé con este señor, me encontré con una señora que me vendió unas envolturas de papel con maní adentro y me agradeció la compra ya que supuestamente iba a poder cenar. Más temprano una mujer con un bebé en brazos se me acercó para insistirme que le comprara diez latas de “leche condensada” para la alimentación de su hijo. Ellos no fueron los únicos que se acercaron a pedirme algo.
Lo cierto es que en Cuba hay muchas historias, verdades y mentiras. Preguntándole a otras personas me encontré con la realidad de que muchos inventan tener hambre o te mienten para sacar provecho. Supuestamente, el estado se debe encargar de la alimentación y salud de todos.
Claro, es entendible que se den esas situaciones. El cubano debe sobrevivir y así nacieron los famosos “jineteros” quienes abordan al turista para que les compren cosas y luego poder revenderlas o se ofrecen a llevar al visitante a un lugar a comer o beber y al final reciben una comisión por eso. La gente se inventa cosas para poder seguir adelante.
En mis caminatas por La Habana, conocí a un conductor de bicicleta, muy educado y amable al que llamaremos Roberto. Su trabajo consiste en transportar personas a punta de pedal. Él me explicó que diario debe entregar al estado un impuesto de 10 CUC (la otra moneda del país), por hacer ese trabajo.
Roberto me acabó de aclarar eso de que los cubanos “son libres”.
El amor no tiene edad, puedes ser menor de edad y andar con alguien que te doble los años y mientras que no exista una denuncia de violación, la relación puede surgir sin problemas, a esto, el atlético muchacho le llama libertad amorosa y sexual.
Otra libertad que tiene el cubano es que puede amanecer bebiendo y fumando cualquier día de la semana.
“Podemos tener música alta, podemos tomar, podemos tener a los niños con nosotros, solo hay que ser responsables. Con una cuchara y una botella hacemos una fiesta, así amortiguamos el golpe y la represión”.
En estado de shock, le dije que me terminara de confirmar que sí se sentía plenamente libre.
“Puedo caminar por la calle como quiero y gozo de libertad sexual, pero no soy libre en el sentido político… Es una libertad a medias. Libertad completa fuera que ahora mismo pudiera gritar, abajo Raúl o cantar a los cuatro vientos que no me gusta el gobierno de Fidel. Me siento preso… La libertad que tenemos es otra, nos sentimos felices. Algo que sí no nos falta son las rumbas y la salud”.
En una larga conversación, el cubano me dijo que las noticias las esconden y que no es un mito eso de la prostitución clandestina, ni el consumo de drogas.
“El otro día la policía se le tiró a un vecino que vendía droga, sin orden de allanamiento, pero no fue informado a la población. Aquí no hay ni pasa nada… nosotros nos hacemos los locos”.
Otra de las cosas que me sorprendieron sobre la supuesta libertad es que el consumo de carne es ilegal para el cubano, al menos que el estado se las proporcione. Esto se debe a que la cría del animal es cara y es destinada al turista.
“Nos dan una libra por mes (no siempre) y a veces es mezclada con otros tipos de carnes como picadillo. El estado no me da carne de res hace dos años. Así que el cerdo es la opción” resaltó.
Pero recordemos que te quieren hacer ver que allá no pasa nada. Cuando la pandemia lo permita o si primero no ocurre otra cosa, puedes ir a deleitarte de un buen plato de bistec, disfrutar de la vida nocturna y probar el inigualable mojito, daiquiri o una piña colada, todos a base de un buen ron cubano.
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