La justicia comprobó que entre 1997 y 2004, Héctor Albeidis Arboleda Buitrago practicó abortos forzados en las filas del Ejército Revolucionario Guevarista (ERG) y en el Ejército de Liberación Nacional (ELN) en Risaralda, Caldas, Antioquia, Chocó y Valle del Cauca.
40 años y 9 meses de prisión deberá pagar Héctor Albeidis Arboleda Buitrago, conocido como El Enfermero, por practicar abortos forzados a mujeres integrantes del ELN y del denominado Ejército Revolucionario Guevarista (ERG).
El Juzgado Segundo Especializado Itinerante de Pereira dictó la condena al analizar cuarenta testimonios de sus víctimas, muchas de las cuales eran menores de edad indígenas Emberá Chamí y de comunidades afrodescendientes.
Según los testimonios recopilados por la Fiscalía, Arboleda Buitrago, quien suele ser conocido como el Enfermero de las Farc, en realidad “se vendía al mejor postor. Actuaba como un ‘mercenario’ que interrumpía indiscriminadamente embarazos con el único fin de obtener un lucro, una ganancia producto del dolor y de poner en grave riesgo la vida de las mujeres”.
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La sentencia cobija hechos cometidos entre 1997 y el 2004 en los departamentos de Risaralda, Caldas, Antioquia, Chocó y Valle del Cauca, por los que condenado por los delitos de aborto forzado en persona protegida y tortura en persona protegida.
La Fiscalía insistió en el juicio que Arboleda Buitrago actuó de manera deliberada, “con sistematicidad, y masividad contra los derechos y la dignidad de las mujeres”.
Este proceso remonta a febrero de 2016 cuando la Fiscalía vinculó a El Enfermero al expediente como persona ausente tras testimonios recopilados en Justicia y Paz.
Fue extraditado a Colombia en marzo de 2017 desde España en donde había sido capturado y fue acusado meses después. En ese momento, la Fiscalía declaró los hechos cometidos como de lesa humanidad.
Uno de los testimonios de la Fiscalía, publicado por El Espectador en 2017, señala que; los abortos se hacían en camillas construidas de forma rudimentaria, con palos y hojas, en cuartos de hotel, amarradas con plásticos de llantas, en el piso, sobre plásticos que cubrían hojas de helecho y pasto seco, sin siquiera limpiar la sangre que habían dejado las mujeres que ya habían abortado; sin utilización antes, durante y después de esta práctica, de medicamentos para prevenir infecciones, ya con infecciones en curso, pues las víctimas cuentan de enormes dolores y olores fétidos, de abortos incompletos, al punto que los productos de los embarazos eran expulsados en la selva”.