El fútbol es cruel. A veces, basta un segundo para que todo el esfuerzo, la disciplina y el sacrificio de años se vean opacados por un solo instante. No hay satisfacción en la derrota, solo el dolor de lo que pudo ser.
Esto es pateando la mesa
José ‘Coto’ Córdoba carga sobre sus hombros el peso de una generación que sueña. Para los entendidos, hace cortocircuito imaginar que un defensor panameño de 23 años, con apenas 23 partidos en la Selección acumula 28 partidos en el fútbol inglés.
Su ascenso ha sido meteórico, pero el fútbol, con su cruel sentido del destino, le ha impuesto una prueba que solo los grandes pueden superar.
El contexto del Final Four no podía ser más desafiante. Con Fidel Escobar suspendido y una defensa parchada por las lesiones de Amir Murillo, Andrés Andrade y Eric Davis, Coto se erigió como el pilar de la zaga panameña en la semifinal contra Estados Unidos.
Su liderazgo, su entrega, su presencia imponente fueron claves para llevar a Panamá a una nueva final. Otra vez contra México y en el mismo escenario. Y entonces, en el minuto 89 de la ansiada final, llegó el instante que lo cambió todo.
Una mano. Un movimiento impreciso, y la historia tomó otro rumbo. Raúl Jiménez, una vez más, se convirtió en el verdugo de Panamá. Por cuarta ocasión, el título de Concacaf nos fue arrebatado cuando parecía al alcance. Pero lo que duele no es solo la derrota, sino su contexto: Panamá no estaba siendo superado. No había sido una noche de sufrimiento constante ni de inferioridad manifiesta. Fue un partido disputado, con nervios, con imprecisiones, pero en el que México y Panamá parecían marchar a la par. Y en ese escenario de equilibrio, un instante, un detalle, un infortunio bastó para inclinar la balanza.
La derrota pesa. Pesa porque el fútbol panameño ha crecido lo suficiente como para ya no conformarse con “haber competido”. Pesa porque Córdoba, en su entrega absoluta, vivió la cara más cruel del juego. Pero si hay algo que el fútbol nos ha enseñado es que la redención siempre está a la vuelta de la esquina.
Thomas Christiansen lo tiene claro: “Estos son ;os momentos que la gente va a aprovechar para buscar un culpable”.
Pero esto no se trata de culpables, sino de resiliencia. Córdoba ha demostrado que es un futbolista de élite, un central con presente y, sobre todo, con un futuro brillante. Es joven, es fuerte y tiene una carrera por delante que aún le reserva noches gloriosas. Si es necesario alejarse de las redes sociales, que lo haga. Si debe procesar la derrota en silencio, que lo haga. Pero que no olvide: el fútbol siempre da revancha.
Porque en tres meses, la Copa Oro será una nueva oportunidad. Y en octubre o noviembre, cuando Panamá esté sellando su segunda clasificación mundialista, José Córdoba estará celebrando en el Rommel. Que lo recuerde bien: los grandes se forjan en las derrotas, y la historia aún tiene capítulos gloriosos escritos con su nombre.