Ben Johnson, el ex velocista canadiense, es una figura que sigue suscitando debates y emociones encontradas más de tres décadas después de ser despojado de su medalla de oro olímpica. Su récord mundial en los 100 metros lisos, conseguido en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988, fue borrado debido al uso de esteroides anabólicos. A través de la lente del nuevo libro de la periodista Mary Ormsby, “World’s Fastest Man: The Incredible Life of Ben Johnson”, exploramos la controversia, el impacto en su vida y las implicaciones más amplias de su escándalo.
El 24 de septiembre de 1988, Ben Johnson parecía haber alcanzado la cima del atletismo mundial al cruzar la meta en 9,79 segundos, estableciendo un récord mundial en los 100 metros lisos. Sin embargo, la euforia duró poco. Tres días después, el Centro de Control de Dopaje Olímpico detectó estanozolol en su sistema, lo que llevó a su descalificación y la pérdida de la medalla de oro.
Johnson, quien ha admitido el uso de esteroides anabólicos pero niega haber consumido estanozolol, se convirtió en el epicentro de un escándalo que sacudió no solo su carrera, sino también la percepción del deporte canadiense. En su libro, Ormsby detalla cómo el escándalo expuso prejuicios raciales latentes en Canadá. La figura de Johnson pasó de ser un héroe nacional a ser vilipendiado como un inmigrante ingrato, una narrativa dolorosa tanto para él como para su familia.
El uso de esteroides en el deporte no era desconocido en la década de 1980. De hecho, el propio entrenador de Johnson, Charlie Francis, fue quien le introdujo en el uso de estas sustancias, argumentando que todos los atletas de élite las utilizaban para mejorar su rendimiento. Johnson justificó su uso bajo la premisa de que los esteroides no hacían a los atletas más rápidos, sino que les permitían entrenar más duro y recuperarse más rápidamente.
La controversia también puso de manifiesto las deficiencias en los procedimientos antidopaje y las consecuencias para la salud de los atletas. Dick Pound, ex vicepresidente del Comité Olímpico Internacional, defendió a Johnson en 1988, pero reconoció los riesgos para la salud asociados con el uso de esteroides, que incluyen daños hepáticos y presión arterial elevada.
A pesar de su descalificación, Johnson sigue convencido de que su éxito se debió más a su duro entrenamiento que a los esteroides. “Me he entrenado muy duro y he dedicado mi vida al atletismo. Y he pasado toda mi vida corriendo, así que tengo que ver algunos resultados al final”, afirmó en una reciente entrevista.