Se acababan los años 90 y el Real Oviedo ya no avanzaba entre el tráfico de la Primera División con la soltura que le había llevado a la copa de la UEFA al comienzo de la década. Pero el equipo aún tenía un motor potente y aceleraba con jugadores temidos en toda la categoría. Eran otros tiempos en el fútbol. El equipo azul fichaba ex entrenadores del Milan y jugadores del Paris Saint Germain. Julio César Dely Valdés (Colón, Panamá, 1967) se había hecho un nombre como delantero por primera vez en el Nacional de Montevideo antes de jugar en Europa.
El uruguayo Óscar Washington Tabárez había pasado por San Siro, lo conocía bien y lo trajo de la capital francesa para su año en Asturias, que acabó en la eliminatoria para salvar la categoría en Las Palmas. Si eso fue decepcionante, su fichaje para el puesto de goleador resultó un éxito. Con casi 40 tantos en tres temporadas, el juego de Dely Valdés aún está en la memoria de todos los aficionados que llegaron a verlo en el viejo Tartiere. Nadie sabía aún qué era lo viral, pero aquella celebración prenavideña de un gol para derrotar al Madrid habría sido hoy un meme instantáneo. De sus tiempos en Oviedo y de la selección panameña, que dirige ahora, habla en esta entrevista.
-Pregunta: De niño, según he podido leer en varios perfiles suyos, practicó varios deportes y destacó en ellos. ¿Iba para atleta?
-Respuesta: Es algo habitual en Panamá, te inculcan varios deportes desde una edad muy temprana. Como hay mucha influencia cultural de Norteamérica, fruto de su instalación en el canal, se practican mucho sus deportes: el baloncesto, el béisbol, el fútbol americano. Yo jugué a todos ellos porque me enseñaron, igual que a todos los niños. No es solo algo de mi infancia, sigue sucediendo ahora. Forma parte de nuestra cultura.
-¿Cómo eligió el fútbol a la europea o a la sudamericana?
-Por mi hermano [Armando, fallecido en 2004], que en paz descanse. El fútbol era lo que a él le gustaba más. Destacaba tanto en los campos de la división juvenil nacional, que le dieron una beca de la Embajada argentina. Eso le permitió salir de Panamá con 18 años y tener una carrera en el fútbol argentino. Le fue bien. Jugó en equipos que ganaron campeonatos nacionales y copas Libertadores. Por supuesto, era el espejo donde yo me miraba. Quería continuar ese cuento de hadas. Por eso, a partir de los doce o trece años, aparté todo lo demás y me fue gustando más solo el fútbol.
-Entonces tuvo un héroe en la familia.
-Claro. En cuanto él empezó a jugar y a destacar en Argentina, ya dejé de lado el baloncesto, el béisbol y el atletismo, todo lo que me había llamado la atención hasta entonces.
-Pero eso aún estaba muy lejos de llegar a ser profesional y seguir plenamente sus pasos. ¿Cuál fue su camino?
-Cuando él llevaba ya cuatro años en Argentina, me llamó para llevarme al juvenil del Argentinos Juniors, que era su club por entonces. Yo tenía entonces 19 años y era el último año en que podía ser juvenil. El entrenador era José Pekerman, que luego ha sido muy conocido como seleccionador de Argentina y Colombia. Cuando llegué, ya se había cerrado el plazo para los fichajes, así que solo podía entrenarme con ellos pero no jugar. Solo participé plenamente en los últimos meses del campeonato.
-Eso tuvo que ser muy frustrante para un jugador de esa edad.
-Bueno, lo sabía pero no fue un consuelo. Llegué en febrero y no pude jugar hasta septiembre. Después, al acabar la temporada, regresé a Panamá para pasar las navidades. Había sido un año difícil con todo eso de entrenarme sin jugar y la verdad es que no quería volver al acabarse las vacaciones. Me quedé en casa quince días de más. No veía nada claro, qué iba a hacer otra vez en Argentina. Además, para la nueva temporada ya no iba a ser juvenil y no tenía ningún futuro cierto y concreto. Fueron unas semanas difíciles. Mis padres me decían que el primer año era el más difícil. Mi hermano me decía lo mismo por teléfono. Y me volvía a Argentina. Pero no me habían convencido. Yo sabía que no iba a ser fácil.
-Estuvo a punto de perderse para el fútbol en aquella época.
-El caso es que volví. No me perdía ningún partido de Argentinos Juniors. Con un amigo común siempre iba a ver a mi hermano. Y, sentado cerca de nosotros, había un hincha que cada vez me preguntaba por qué no jugaba yo. Un día le expliqué la situación. Él conocía a gente del Deportivo Paraguayo y por su mediación entre allí. Era un club muy humilde, que estaba en la cuarta división, la última categoría en Argentina en 1987. No apareció ninguna otra opción. Tampoco me ofrecían nada fijo, solo una prueba para ver si yo les gustaba. Así surge todo en el fútbol.
-Pero salió bien.
-Sí, y es curioso porque ni mi hermano ni yo lo queríamos al principio. Esperábamos algo más atractivo. Pero no lo hubo y, cuando empezó la temporada, aprovechar aquella oferta era mejor que quedarme parado. Resultó la mejor decisión que podía tomar, el resorte para el resto de mi carrera.
-Fue su trampolín al Nacional de Montevideo, uno de esos equipos americanos que todo el mundo conoce en Europa.
-Las cosas salieron bien en el Deportivo y ese fue el primer paso. En aquella división había 20 equipos. Aquel año jugué en 33 de los 38 partidos y marqué 28 goles. Lo que no sabía mientras sucedía todo eso es que se había fijado en mí y me seguía uno de los aspirantes a presidir el Nacional. Lo primero que hizo al ganar fue ir a buscarme, para asombro de su directiva. Le dijeron si estaba loco por elegir a un panameño desconocido que estaba en la última división argentina.
-¿Y usted qué pensó de ese salto?
-Me costó creérmelo la primera vez que me llamaron. Era el día 28 de diciembre y, la verdad, pensé que era una broma ¿Estamos todos locos?, llegué a decir. Pero todo resultó cierto, aunque fuese increíble para mi. El Nacional es un equipo importante, muy grande. Lo es ahora y lo era entonces. Acababa de ganar la Copa Intercontinental contra el PSV. Y la verdad es que yo era un panameño desconocido que estaba en la última división argentina. Pero nos reunimos en Buenos Aires y acordamos que iría a Montevideo para una prueba. La superé. Héctor Núñez, que era el entrenador, dijo que me contrataran. Estuve un año cedido y luego ya me compraron. Pasé allí cuatro temporadas y media.
-Como tantos otros, dio el salto a Europa y acabó en Italia. ¿Cómo era el calcio de los 90, cuando sus equipos dominaban a todos los demás en las competiciones europeas?
-Era el fútbol más atractivo del mundo. Todos los jugadores querían ir allá. En América lo veíamos mucho por televisión y allí era donde se juntaban los mejores. Yo solo había sido profesional de verdad en Nacional, pero tenía la ventaja de haber jugado en el fútbol uruguayo, que es muy difícil, complicado y competitivo. Eso me ayudó mucho después en Italia. Llegué al Cagliari ya con 26 años y a esa edad no me costó tanto adaptarme. Pude marcar 16 goles en mi primer año. Es una norma muy cierta la de que quien triunfa en Uruguay puede triunfar luego en cualquier sitio.
-¿Por qué se marchó a Francia si estaba tan a gusto en Italia?
-Pasó de una forma muy extraña, durante las vacaciones posteriores a mi segundo año en Cagliari. Aproveché el descanso para operarme de una hernia en Panamá y, cuando me reincorporé, el club me dijo que me iba a Francia. Lo que sucedió fue que el Milan acababa de fichar a George Weah y el Paris Saint Germain, para sustituirlo, me había elegido a mí. Según me enteré después, ya habían estado siguiéndome por si me necesitaban. Todo fue fácil. Tuvimos una reunión y pasé el reconocimiento médico sin problemas. Incluso sabían que acababa de operarme.
-¿Qué controla de su carrera un jugador profesional?
-Siempre toma decisiones. Pero estas anécdotas son muy reveladoras, es cierto. Pasó mucho tiempo antes de que pudiera volver a Cagliari, a pesar de que lo necesitaba con cierta urgencia porque todas mis cosas estaban allí. Y, en mi siguiente traspaso, lo que sucedió para mi llegada a Oviedo fue parecido. Si me hubieran preguntado una semanas antes, habría dicho que lo que prefería para mi futuro era seguir en el PSG. Pero a Oviedo acababa de llegar Tabárez, al que ya había tenido de entrenador en Cagliari. Por esa relación surgió la posibilidad de cambiar. Y me atrajo porque por entonces se empezaba a estilar lo de la Liga de las Estrellas para referirse al fútbol español. Me apeteció probarlo.
-El PSG no era la superpotencia económica que es hoy. Pero era un club prestigioso y con renombre, representante de la capital francesa. ¿Cómo pudo el Oviedo convencer a sus directivos y a usted para ficharle?
-Es verdad que eran dos equipos con objetivos diferentes. Y mucha gente se extrañó de mi decisión, la vieron extraña, como si yo diera un paso atrás. Pero me atraía la idea de jugar en el fútbol español y no lo reconsideré.
-¿Qué sabía del Real Oviedo?
-Nada, lo cierto es que no lo conocía. Pero seguía la liga española gracias a la televisión, veía todas la imágenes y los reportajes. Así surgió todo mi interés. Era una época en la que el fútbol en España estaba evolucionando y empezaba a tener tirón en el exterior.
-Le tocó una época de cambios en el banquillo. Salió a entrenador por año.
-Sí. Tuvimos a Tabárez, a Fernando Vázquez y a Luis Aragonés.
-¿Cómo los recuerda?
-El año de Tabárez no jugué en las mejores condiciones. Tuve una lesión en el cuadríceps de la pierna izquierda y no llegué a recuperarme del todo bien. Me resentí al segundo partido. Todo fue peor de lo esperado y acabamos jugando la promoción contra Las Palmas. Pero nos mantuvimos en Primera.
-Su segunda temporada fue la de su gran año goleador.
-Sí, fue un año muy bueno. Me apuntaron 19 goles pero en realidad marqué 21. Hubo dos que no me anotaron. Recuerdo muy bien aquel partido en Bilbao. Ganamos 3-5 y solo me dieron a mí uno de los goles que marqué. Fue espectacular.
-¿Cómo era Luis Aragonés?
-Yo creo que con él estuve mejor que el año anterior, aunque no marcara tanto y me quedara en 11 goles. Disfruté trabajando con él.
-Sin embargo, fue su último año en Oviedo. ¿Por qué?
-Yo habría querido quedarme y estuve a punto. Teníamos que renovar mi contrato. Pedía dos años y me ofrecieron uno. Hubo un montón de idas y vueltas mientras me entrenaba con mi selección en Panamá. Al final, el club tomó una decisión y me daba los dos años. Así que cogí un avión y viajé a Madrid para reunirme con ellos. Cuando llegué, después de todo ese vuelo transoceánico, me dijeron otra vez que no, que iba a ser solo un año. Félix Ortega, que era el director general, faltó a su palabra. Yo decía: ¿Para eso he venido? Y al final firmé por el Málaga. Quise quedarme pero no pudo ser.
-¿Sabe por qué hubo ese cambio de idea en el club?
-No, todo fue muy loco. Antes de salir de Panamá hacia España, me entrevistó una televisión local. Yo les dije que por fin se acababa la telenovela y que renovaba en Oviedo. Y al día siguiente, sin embargo, fui y firmé por el Málaga. Me llamaron estupefactos. En Panamá no entendían nada.
-Los aficionados que tienen edad para hacerlo aún recuerdan el Real Oviedo en el que usted jugó como una gran plantilla.
-Así era. Había muy buenos jugadores juntos. Fíjese, me salen a bote pronto Dubovski, Iván Ania, Tito Pompei y aquella zurda exquisita suya, Onopko, César, Paulo Bento, Manel… Todos ellos eran grandes jugadores, así que es normal que hiciera buenas temporadas y que aquel equipo dejara huella en la memoria.
-Y después también se hizo una leyenda en Málaga.
-Firmé dos años con opción a un tercero y me quedé los tres.
-Y conoció a Darío Silva.
-Nos entendimos desde el primer minuto. Luego yo me retiré y él aún se fue al Sevilla. Participamos en algo histórico, lo más glorioso que había hecho el Málaga hasta entonces. Ganamos la Copa Intertoto y llegamos hasta cuartos de final en la antigua Copa de la UEFA.
-Consiguió un ritmo goleador alto sin jugar en los equipos que siempre aspiran a ganar títulos.
-Entre los dos clubes y entre todas las competiciones, marqué en España 90 goles. El año que hice 19 en Oviedo, Xabi Eskurza, que también estaba en el equipo, me decía: «Todo lo que tocas va dentro». Y era verdad. Si hubiera jugado en el Madrid o en el Barcelona, creo que esa temporada habría marcado más de 30 goles.
-Con el Oviedo le ganó una vez al Madrid. 1-0 en el viejo Tartiere con gol suyo y una celebración con un móvil de los de la época, enormes, que encantó a las televisiones y a los fotógrafos. ¿Lo recuerda?
-Cómo no. Se lo comenté antes a Paco López y le di el teléfono, por si acaso surgía la oportunidad de la celebración, así que está claro que lo teníamos hablado. Pero igualmente podría no haber sucedido. Era una forma de celebrar el gol y sin gol no habría habido celebración. Se me ocurrió porque era justo antes de la pausa en la liga por las navidades y por entonces había una campaña de una compañía en la que un niño llamaba a todo el mundo para decir: «Hola, soy Edu, feliz Navidad». Me parecía muy gracioso.
-¿Cómo se ve esa opulencia desde el cargo de seleccionador de Panamá, con menos recursos?
-Creo que estamos creciendo. El equipo, desde luego, creció al jugar el Mundial en Rusia el año pasado. Y yo he ido creciendo como entrenador después de varias estancias para mejorar mi formación de manera académica. Avanzamos, más que por ninguna otra cosa, gracias a la evolución de nuestros futbolistas.
-¿En qué ha cambiado su fútbol?
-Hemos dado el salto importante de que nuestros chicos tengan ganas de crecer de manera significativa. Tienen hambre de evolucionar y aprender. A veces nos falta que nuestro juego vaya en la misma línea. Hemos avanzado pero no tanto. Exportamos futbolistas a pesar de que ni hicimos un gran Mundial ni ganamos un solo partido en 2018. No es del todo malo, he sacado un montón de conclusiones como entrenador. Y aunque no es malo que en otros países haya interés por nuestros jugadores, necesitamos que nuestro fútbol local, nuestra liga, crezca. Lo ha hecho ya, pero menos de lo que debería.
-Bárcenas sigue sus pasos en Oviedo.
-Yoel es uno de nuestros futbolistas más representativos. Y no es algo menor que juegue en España aunque no sea en Primera. La Segunda es muy complicada y competitiva, no vale cualquiera para ella. Lo que está haciendo es muy destacable.
Fuente: Tomado de La Voz de Asturias