Lo que comenzó como una rivalidad basada en respeto mutuo, técnica y grandeza boxística, ha escalado rápidamente en un campo minado de acusaciones, reproches y tensión emocional.

El tercer enfrentamiento entre Katie Taylor y Amanda Serrano, previsto para el 11 de julio en el Madison Square Garden, se ha cargado de una energía muy distinta a sus dos capítulos anteriores.
Durante la conferencia de prensa en Nueva York, Serrano rompió con la cortesía habitual y acusó a Taylor de romper un acuerdo verbal para pelear a 12 asaltos de 3 minutos, el formato masculino. La respuesta de Taylor no tardó: “El retador no dicta las condiciones. Yo tengo dos victorias. Amanda necesita esta pelea más que yo”.

Serrano, firme, replicó: “Nos dimos la mano. Sabes que si hay un minuto extra, no te saldrá bien”. En ese momento, Taylor dio un paso más allá y, por primera vez en su carrera, se sumergió en una guerra de declaraciones, calificando a su oponente de “delirante” y minimizando las protestas sobre los polémicos fallos anteriores. La segunda victoria, aunque unánime, fue ampliamente debatida por los expertos.

La discusión también toca aspectos estructurales: Netflix —que transmitirá la pelea— y el Consejo Mundial de Boxeo están involucrados en la decisión de formato, y Jake Paul, representante de Serrano, acusa a Taylor de manipular los términos a su favor.
La narrativa ha cambiado. Ya no se trata solo de boxeo, sino de orgullo, justicia deportiva, control narrativo y legado. Ambas luchadoras son leyendas, pero la forma en que lleguen a esta tercera batalla podría determinar no solo quién gana, sino quién dicta las reglas del futuro del boxeo femenino.