El otro día postee un tweet (trino es la palabra correcta en español, pero no me acostumbro) con uno de los versículos de la Torá (Pentateuco) que hace referencia a la prohibición de aceptar sobornos y generó bastante movimiento (al menos en la realidad de mi cuenta) entre likes, retweets y comentarios y pensé que seria una buena idea desarrollar un poco más el tema en este espacio.
El pasaje en cuestión aparece en el libro de Éxodo (23:8) y dice: “No aceptarás soborno, porque el soborno ciega al de vista clara y pervierte las palabras de los justos.” Y se repite - con leves modificaciones - en el Deuteronomio (16:19).
El sentido del precepto es evidente y pareciera estar dirigido a los jueces. La entrega de una coima distorsiona el juicio; de allí la prohibición de aceptarla, incluso para fallar correctamente (mucho menos para torcer el veredicto) tal como explica nuestro versículo el gran exégeta medieval Rashi (Francia siglo XI).
Ya más cerca en el tiempo, los rabinos sostienen que la negativa de aceptar cohecho debe aplicarse no solo a los jueces, sino también a todos los funcionarios públicos y a los que están involucrados en tareas sociales y comunitarias.
El texto bíblico en general es consciente del poder del soborno. En el libro de proverbios, que la tradición atribuye al rey Salomón, leemos: “Piedra preciosa es el soborno a los ojos de sus dueños: A donde quiera que se vuelve, da prosperidad.” (Prov. 17:8) y el Talmud habla no solo de “soborno en especies”, sino también de “soborno de palabras”. Es decir, la capacidad de distorsión que produce la adulación (lambonería en términos más coloquiales).
Tratando de ir más allá de la linealidad del texto, el Talmud pretende adentrarse en el significado profundo que se esconde detrás del concepto de soborno (SHOJAD en hebreo) como una forma de comprender el fenómeno psicológico que encierra dicha dinámica. Los sabios preguntan “¿Mai Shojad? (¿qué es el soborno?) y responden jugando con la propia palabra: Shehu-Jad (que es uno) y explica Rashi: “el que da el soborno y el que lo recibe se vuelven un solo corazón.”
Siguiendo esta misma línea, encontramos una maravillosa reflexión del rabino Samson Rafael Hirsch (Alemania, siglo XIX) quien marca la semejanza de la palabra Shojad con la palabra Shajat que significa tanto matar como destruir, y luego detalla: El soborno mata y destruye la fuerza moral y espiritual del que lo recibe.
A la luz de tanta corrupción que parece proliferar en nuestras sociedades, sin distinción de ideologías ni de clases (el famoso “¿Qué hay para mí?), las palabras de la Torá son hoy más actuales que nunca. Y si aspiramos a ser constructores de una humanidad más justa y solidaria, debemos reducir (eliminar pareciera ser una utopía) significativamente dicha corrupción y para ello es fundamental que tanto aquellos que ocupan lugares de responsabilidad en cualquier dinámica social, así como los ciudadanos de a pie, combatamos la práctica del soborno.
Como decía mi tweet, El desafío aún vigente es que no sea un slogan de campaña ni una declaración teórica, sino un principio de vida.