“No aceptarás soborno, porque el soborno cierra los ojos de los sabios y corrompe las palabras de los justos.”
Palabras simples y poderosas. No se trata del discurso de un político en campaña, sino que aparecen en el milenario texto de la Biblia Hebrea (Deuteronomio 16:19) como parte de las leyes que Dios da a los israelitas para construir la nueva sociedad en la tierra prometida.
Tenemos aquí un gran ejemplo de la sabiduría bíblica. El soborno es la representación básica de la corrupción. Altera la dinámica de la justicia y ejemplifica de manera clara y contundente las tristes conductas del “juega vivo” y del “que hay para mí”.
La prohibición de aceptar soborno enarbola la lucha por sentar las bases de una sociedad decente e íntegra que aspire a alcanzar el bien común entendido como las condiciones de la vida social que permiten a los individuos, a las familias y a toda la comunidad lograr con mayor plenitud su propia realización.
Y es evidente que, ante un mayor nivel de corrupción, más lejos estamos de conseguir nuestro ideal como sociedad. No solo eso. La corrupción deteriora el entramado social. Lo vemos en nuestra realidad. El debilitamiento institucional corroe el sistema de pesos y contrapesos que tiene la república para transformarlo en una especie de película llena de situaciones cantinflescas que serían muy divertidas de ver de no ser por las consecuencias nefastas que tienen para nosotros y para las generaciones venideras de panameños y panameñas.
¿Como hemos llegado hasta aquí? Posiblemente se aplique a nuestra realidad la descripción que hace el filósofo Michael Sandel, profesor de Harvard en su libro “Lo que el dinero no puede comprar” cuando dice: “sin darnos cuenta, sin decidirlo pasamos de tener una economía de mercado a ser una sociedad de mercado”. Y agrega: “En la actualidad la lógica de comprar y vender no se aplica solo a los bienes materiales, sino que gobierna cada vez más otros aspectos de la vida. Es hora de preguntarnos si queremos vivir de esta manera.”
La pregunta es cómo revertimos esta situación. Cómo dejamos de ser una sociedad de mercado en donde todo y todos tienen su precio. Cómo empezamos a enrumbar la sociedad hacia un norte que se acerque más al bien común.
Sin duda hay que trabajar en varios niveles. Y yo quisiera plantear puntualmente dos que me parecen fundamentales. El primero es la justicia.
Sin un verdadero estado de derecho, sin el adecentamiento de la justicia, de una justicia que realmente tenga los ojos vendados, sin el funcionamiento en tiempo y forma del sistema judicial, nuestra sociedad está condenada al fracaso. Así de sencillo.
Y el segundo es la educación (ver mi columna de la semana pasada)
Ciudadanos educados tendrán claros sus valores y sus convicciones, y contarán con mejores herramientas para construir una sociedad sólida cuyas instituciones funcionen, y reducir así las practicas que atentan contra el bien común. Necesitamos educar, necesitamos educar en valores y necesitamos educar con el ejemplo.
Justicia y educación. Parece una meta difícil, pero como dice el proverbio chino: “Una jornada de mil leguas, empieza con el primer paso”.