En la celebración de Janucá se entremezclan la historia y la leyenda. La historia es el triunfo militar de los Macabeos contra los seléucidas en el siglo II AEC (logrado con el apoyo silencioso del emergente poder romano) y la leyenda es el bello relato de la única vasija de aceite puro encontrada en el Templo que alcanzaba para tener luz solo un día, pero duró los 8 días necesarios para conseguir aceite nuevo.
Desde la perspectiva de la tradición judía, ambos ejes son atravesados por la noción del milagro: evidente en la leyenda del aceite e implícito en la batalla en la que “los pocos derrotaron a los muchos y los débiles a los fuertes…”
A la hora de preguntarse qué es exactamente un milagro, las respuestas son diversas. ¿Es necesario que sea un hecho sobrenatural o que contradiga las leyes de la física? Me atrevería a decir que desde la perspectiva de la fe el milagro tiene que ver con la percepción. Es la subjetividad del observador la que confiere la categoría de milagro a una situación determinada en la cual se pone de manifiesto la presencia de Dios en nuestras vidas.
Pero el milagro además se vuelve parte de la propia personalidad, define quienes somos. En hebreo milagro se dice NES, que en el texto bíblico también significa bandera o estandarte. Es decir, el milagro se convierte en una señal de identidad, es un signo que me define ante mí mismo y ante los demás.
Y de la misma raíz hebrea tenemos la palabra NISAIÓN, que significa experiencia. El milagro se transforma en testimonio, en una proclamación de fe que le da un sentido de trascendencia a mi vida y sirve de motivación a los otros.
En Janucá, el mandato es encender las velas para “difundir el milagro”. Puede ser el compromiso y la convicción de los Macabeos y su gesta o puede ser la ilusión de encender una luz con la esperanza de que el aceite alcance y la llama no se apague.
Para nosotros hoy, el milagro de Janucá tiene que ver también con la lucha por la libertad religiosa. Los seleúcidas prohibieron a los judíos practicar sus tradiciones por lo que la rebelión de los Macabeos fue la lucha por su legítimo derecho a vivir su judaísmo en plenitud.
Y nosotros que vivimos en una sociedad con plena libertad religiosa debemos ser conscientes que eso es una gran bendición. Eso no ocurría en otros tiempos e incluso hoy, en otras geografías, sigue sin ser una realidad. Cuidemos esta libertad y sigamos construyendo una sociedad que no solo respete su diversidad, sino que también la celebre.
Janucá es la fiesta de los milagros. Que podamos portar la luz de sus velas como estandarte, que podamos transformar la experiencia en testimonio de fe y que la luz de la libertad religiosa sigabrillando aquí y en todas partes.