El otro día navegando por la web (un genio el que inventó la idea de “navegar” en Internet) me encontré con una página que llevaba por título “liderazgo humilde: el equilibrio entre liderazgo y humildad.
Si bien confieso que no soy un fanático de este tipo de lecturas, debo reconocer que me llamó la atención esta idea que parece casi contra intuitiva ya que por lo general al pensar en un líder no es la humildad el atributo que buscamos.
El artículo era breve (más breve que este que estoy escribiendo) y no avanzaba mucho más allá de describir cómo reconocer esta clase de liderazgo. Sin embargo, me quedé clavado en una frase que me dejó pensando… “Liderar requiere igual dosis de confianza y seguridad en uno mismo, como de humildad.”
A primera vista parece una contradicción. Si bien la Real Academia Española coloca como antónimos de la humildad, a la soberbia, la vanidad, la arrogancia y un par más, el límite de estos conceptos con la confianza en uno mismo a veces es muy sutil.
Me vino a la mente el pasaje bíblico que habla de la humildad de Moisés. Dice el libro de Números 12:3): “Moisés era un hombre muy humilde, más que cualquier otro hombre sobre la faz de la tierra”. Lo cual resulta llamativo tal como planteábamos de forma irreverente a nuestros maestros, pues según la tradición judía fue el propio Moisés quien escribió la Torá, y escribir que uno es el más humilde de todos no es precisamente un acto de humildad. (Moisés escribía lo que Dios le dictaba, era la respuesta para salir del atolladero)
Volviendo al equilibrio entre humildad y confianza, al analizarlo más detenidamente, veo que hay mucha sabiduría en esa idea; en su justa medida ambas cualidades son indispensables, pero no solo para el liderazgo sino como filosofía de vida.
Ser humildes es un requisito básico para poder crecer como personas, para lograr apreciar la belleza del mundo, para disfrutar a pleno de cada momento, para valorar cada minuto como una experiencia única e irrepetible, para saber escuchar y tener empatía, para aprender y reconocer nuestros errores y para ser capaces de encontrarnos auténticamente con el otro,
Por otro lado, la confianza en uno mismo nos hace sentirnos importantes, nos brinda la fuerza y el coraje para afrontar los desafíos, para ser fuente de apoyo, para dar un consejo o un abrazo, para actuar de manera decidida, para generar un impacto, para hacer la diferencia. Somos socios de Dios en el proceso de creación y tenemos la misión de perfeccionar el mundo.
Ser humildes y tener confianza en nosotros. Sin duda, necesitamos a ambas.
Y posiblemente quien mejor resume esa enseñanza es Rabi Simja Bunim, un maestro jasídico que vivió en Polonia en el siglo XIX que decía: Cada persona debe llevar en sus bolsillos dos papeles, en uno está escrito: “soy solo polvo y ceniza” y en el otro: “Por mí el mundo fue creado”.
Y yo agregaría – con humildad y confianza – que el secreto del éxito radica en la capacidad de escoger el papel adecuado para cada ocasión.