“El mundo se sostiene por tres cosas: por la Torá, por el Culto y por los actos de bondad.” Así reza una conocida máxima de la sabiduría rabínica atribuida a Simón el Justo, quien vivió en el siglo III AEC y fuera uno de los últimos miembros de la Gran Asamblea.
En la cosmovisión del sabio, la creación está afirmada sobre un trípode, lo que significa que cada uno de los tres parantes – la Torá, el Culto y los actos de bondad -es indispensable para la subsistencia y el equilibrio del mundo. Y esta dinámica se plantea además como un modelo triangular que define nuestras relaciones.
Cuando hablamos de Torá (el Pentateuco), en sentido amplio, nos referimos al estudio de nuestros textos sagrados. Definimos la relación de Dios con lo humano en sentido descendente. Dios nos habla por medio de dichos textos. El estudio es la oportunidad para renovar nuestra escucha del mensaje divino.
El Culto nos concibe en esa misma relación con lo divino, pero en sentido ascendente. Los rezos, los rituales, las ceremonias, son intentos que partiendo desde lo humano pretenden elevarnos hacia lo trascendente. Buscamos en esas experiencias conectarnos con Dios.
Y la base del triángulo, representado en el diagrama del trípode que sostiene al mundo en la visión de Simón el Justo, es la conexión entre las personas que se debe dar por medio de las acciones de bondad.
Es esa práctica del bien entre las personas lo que hace terrenal a los otros dos parantes.
Nuestro estudio, nuestras tradiciones y nuestros rituales se vuelven relevantes solo cuando nuestras buenas acciones se convierten en parte esencial de nuestra vida. Nuestro vínculo con lo divino debe estar alineado con nuestro vínculo con la humanidad.
En palabras de Martin Buber, notable filósofo judío del siglo XX: “Una verdadera relación con Dios no se puede lograr si las relaciones humanas con el mundo y con la humanidad están ausentes. Tanto el amor al Creador como a aquello que ha creado son finalmente uno y lo mismo.”
Por esa razón, la práctica del bien es una actitud que está asociada con la generosidad, con la entrega, con ser capaces de reconocer en el otro a un ser humano, igual a mí. Sin esos actos que definen nuestra humanidad, la dimensión divina de nuestras vidas se atrofia, se vuelve vacía, y el mundo - en la visión de Simón el Justo - ya no puede sostenerse.
La práctica del bien es hacer concreto el mandamiento “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, que según enseñara Rabi Akiva es el precepto más importante de toda la Torá.
Los actos de bondad incluyen también la ayuda al necesitado, pero van más allá. Requieren empatía, sensibilidad, dar del tiempo propio y conectarse con el prójimo, que, como su etimología lo indica, es alguien que se convierte en próximo, en cercano física y afectivamente.
Multipliquemos nuestros actos de bondad. Además, son contagiosos.