El más reciente informe sobre abusos sexuales por parte de religiosos católicos a niños y adolescentes en Francia es una nueva página en el libro negro de la Iglesia católica que está lejos de terminar de escribirse.
Es muy probable que en los próximos meses o años sepamos de otras situaciones similares en otras partes del mundo, donde la vida de seres vulnerables ha sido trastocada para siempre.
En Panamá fuimos testigos hace poco de la vulneración de derechos de niños y jóvenes en instituciones que debían albergarlos y protegerlos.
Y es muy seguro que, como ocurre en otras latitudes, haya muchos casos de menores de edad abusados en centros religiosos, escuelas y en su propio hogar.
Reconocer estas posibilidades no es pretender propiciar una cacería de brujas, sino sentar las bases de una sociedad que debe hacer todo lo que esté a su alcance para proteger a la niñez. Y sobra decir que aquí estamos en deuda con una norma de educación sexual que muchos ni se atreven a abordar.
Con ella, ¿cuántos menores no estarían ya en condición de enfrentar a posibles depredadores sexuales?