La tolerancia está de moda. Se la expresa como un logro, como un valor. Los padres le recomiendan a sus hijos ser tolerantes al igual que los maestros a sus alumnos.
A cada rato leo algún documento o declaración de una organización llamándonos a desarrollar la tolerancia en nuestra interacción social.
Si bien es cierto que la tolerancia en oposición a la intolerancia suena como un avance, hay cierta ambigüedad en su significado que debería llamarnos la atención.
La Real Academia Española (rae.es) tiene varias acepciones para la palabra tolerancia. La primera dice que es el acto de tolerar, la segunda habla del respeto a las diferencias y la tercera de la “inmunidad política” para los que pertenecen a una religión distinta de la oficial.
Y si vamos a la palabra tolerar, solo la última de las 4 acepciones habla de respetar, las otras tres dicen: llevar con paciencia, permitir algo ilícito y soportar. Y esta última es precisamente su significado etimológico que viene del latín tolerare que significa “soportar, cargar”.
Y es que la tolerancia involucra dos categorías sustancialmente diferentes de sujetos: el que tolera y el que es tolerado. Para el primero, la tolerancia se convierte en un esfuerzo por aceptar a regañadientes al que piensa, actúa o simplemente es diferente.
Y del otro lado está el tolerado. A quien no se lo acepta tal como es, sino que se lo aguanta, se lo sufre. La tolerancia deja de ser un principio basado en el reconocimiento del otro para transformarse en una gracia, en un don.
En esta desigualdad visceral entre tolerante y tolerado radica la contradicción del término.
El mandato de Amar a tu prójimo como a ti mismo (Lev. 19:18), central en el pensamiento judeo–cristiano, parte de la premisa de que todos los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, tal como lo afirma el Génesis. (1:27). Y ese hecho sería suficiente para reconocer la hermandad humana y establecer el principio de igualdad del que deriva dinámica respetuosa, que se da al mismo nivel, entre todas las personas, sin distingos de ninguna clase.
Por eso, si la aspiración es luchar contra la discriminación y fomentar el respeto a la diversidad, al pluralismo, a reconocer al otro tal como es, posiblemente tolerancia no sea la mejor palabra para utilizar.
Entiendo que pasar de la intolerancia a la tolerancia es positivo, pero solo (y recalco el “solo”) si se trata del primer paso. Tenemos que movernos de allí al respeto por las diferencias para luego asumir en plenitud la bendición que significa vivir en una sociedad y en un mundo plural y heterogéneo, y ser capaces de celebrar las diferencias.
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