Cuenta la Torá que Dios, después de crear al ser humano y bendecirlo, se dirige a su criatura mediante una pregunta. Recordemos la situación: Adán y Eva comieron del fruto del árbol prohibido, notaron que estaban desnudos y al percibir que se acercaba la presencia de Dios, se escondieron pensando ingenuamente que era posible ocultarse de Él. “Entonces, Dios llamó al hombre y le dijo ¿Dónde estás?” (Gen. 3:9).
Las buenas preguntas, más que una respuesta, exigen un involucramiento, un compromiso de aquél que contesta. Y ese es el modelo relacional que plantea la tradición judía para la experiencia humana.
Y Dios, que todo lo sabe, no necesita la información de la respuesta. Plantea la pregunta para establecer el vínculo, para buscar ser humano una contestación que lo involucre, que lo obligue a asumir su responsabilidad frente a Dios y frente a sí mismo.
El rabino Abraham Ioshua Heschel, uno de los más destacados teólogos judíos del siglo XX, sostiene que, en esta pregunta, ¿Dónde estás? se resume la experiencia de la persona de fe. En sus palabras: “La religión consiste en la pregunta de Dios y en la respuesta del hombre.”
Una generación más tarde, Caín mata a su hermano Abel, desencadenando una larga serie de fratricidios. Por segunda vez en la incipiente historia humana, se escucha la voz de Dios interpelando: “¿Dónde está Abel tu hermano?” (Gen. 4:9) Y Caín, pretendiendo ocultar la angustia de su propio crimen, responde: “No lo sé, ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” (Ídem.)
No es una buena respuesta la de Caín. Claro que sabía dónde estaba Abel. También Dios sabía. Es tan mala la réplica que un exégeta medieval que no puede aceptar la frivolidad de Caín plantea leer el texto bíblico con una puntuación diferente: “No sabía que YO debía ser el guardián de mi hermano” Pues sí, resulta que somos los guardianes de nuestros hermanos, somos los custodios de nuestros semejantes. Tenemos responsabilidad por lo que les ocurre a las demás personas.
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Para la tradición judía, la vida de una persona alcanza su plenitud en el encuentro con el otro. El ideal no es un hombre o una mujer viviendo aislado y dedicándose a la contemplación del significado de la vida, sino el ser humano interactuando positivamente en su sociedad, aportando sus acciones para el mejoramiento del mundo. Caín eligió desconocer a su hermano y de igual forma rechazó su responsabilidad en el destino de Abel, por eso cuando nosotros nos ocultamos de la realidad de nuestros hermanos, cuando miramos hacia otro lado para no ver la suerte de nuestros semejantes, somos como Caín, nos convertimos en sus cómplices.
¿Dónde estás?
Dios cuestiona a Adán y apunta existencialmente a la dimensión individual de la persona, de cada uno de nosotros. Luego indaga a Caín por su hermano Abel. Allí añade el plano social. La preocupación por el prójimo. Ambas preguntas están profundamente relacionadas y cada uno de nosotros está obligado a responderlas.
