“Nuestra mitología moderna empieza con un gigantesco punto negativo: Dios creó el mundo y el ser humano creó Auschwitz”. Dice Imrei Kertesz, sobreviviente del campo de concentración y exterminio Auschwitz y premio Nobel de literatura del año 2002).
El Holocausto o Shoá (término bíblico que significa “catástrofe”) marca un punto de inflexión en la historia de la humanidad. El asesinato sistemático, metódico y planificado de seis millones de judíos (hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, niños y lactantes) perpetrado por los Nazis y sus socios, ante el silencio ominoso de las potencias aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, es un evento único en la historia de la humanidad que no puede ni debe olvidarse.
Otros grupos también fueron perseguidos por razón de ser considerados de “inferioridad racial”, como el caso de los romaníes o los discapacitados; otros por cuestiones políticas (comunistas y socialistas), religiosas (testigos de Jehová), o por cuestiones de orientación sexual (homosexuales).
Y esto comenzó en Alemania, el corazón culto de Europa, allí donde la civilización parecía haber alcanzado su punto más alto y fue posible por la colaboración de cientos de miles de personas - como lo demuestra el catedrático estadounidense Daniel Goldhagen en su extensa obra “Los verdugos voluntarios de Hitler” - que participaron activamente de todo este aparato burocrático y logístico necesario para llevar a cabo un genocidio de esta magnitud.
Es por todo esto que debemos saludar la decisión de la Asamblea General de las Naciones Unidas de establecer el 27 de enero como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, decisión tomada en el año 2005 al cumplirse los 60 años de la liberación de Auschwitz.
Si para el pueblo judío la memoria ha sido un mandato colectivo que recorrió su civilización desde sus orígenes, no cabe duda de que hoy, para la humanidad toda, el recuerdo de la Shoá, constituye una responsabilidad y un compromiso.
Sin embargo, hoy, 78 años después del final de la segunda guerra mundial, asistimos a un significativo incremento del antisemitismo, de la intolerancia religiosa y de variadas formas de discriminación a lo largo y a lo ancho del planeta.
¿Qué podemos hacer frente a esta realidad? Aquí en Panamá debemos fortalecer las alianzas que promuevan el pluralismo y condenar las visiones hegemónicas.
No permitamos que los mercaderes del odio y del sectarismo prevalezcan. Eduquemos para el respeto a la diversidad. Rechacemos toda forma de discriminación y levantemos nuestra voz solidaria con las víctimas de la intolerancia.
Elie Wiesel, sobreviviente del Holocausto y Premio Nóbel de la paz, afirmó: “en Auschwitz, no murió sólo el judío sino también el hombre y la Humanidad”. La memoria de las víctimas de la Shoá nos interpela y nos exige construir una sociedad y un mundo diferentes. Que nuestro homenaje sea sentar las bases de una realidad más justa, solidaria e inclusiva.
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